15.2.14

Notas inservibles desperdigadas en torno a "Nebraska"

Alexander Payne

1.
No sé si a ustedes les pasa, pero a veces me canso de intentar descifrar el imaginario norteamericano. Toda esa colección de significantes, tan desgastados que uno empieza a sospechar que se trata de falsas monedas: la carretera, la dignidad, el blanco y negro, la música folk sutil del cine independiente. Y así, la propia imagen, o mejor dicho, la exigencia de sus significantes, acaba por cansarme, por aburrirme.

2.
Miro la pantalla del televisor con los ojos vacíos, pensando en otra cosa, despertando del dulce letargo cada vez que un personaje dice algo o realiza una acción. Durante el tiempo que se extiende la proyección hago repaso de los últimos capítulos que he visto de Breaking Bad, de la noticia de que Music on Vinyl vaya a sacar finalmente el elepé de Lavinia Meijer con versiones de Einaudi, en que todavía no he perdido el sueño de convertirme en Nanni Moretti, y por eso cuando salgo a correr por las afueras de Jedwabne recuerdo siempre los largos travellings de Caro Diario -ir a correr es experimentar un plano secuencia en lo real- y también a los personajes que corren en el cine de Desplechin, pienso también en aquel episodio de Futurama en el que se extiende un virus por culpa de varios correos de Spam.

No pienso en la película. No tengo nada que pensar sobre la película.

3.
Alexander Payne quiere hacer la crónica de la vejez, de la valentía de los hijos, de la enésima resurrección de la defenestrada Norteamérica. No entiendo por qué quieren rodar una película que ya rodó Ozu muchísimo mejor y con un pulso muchísimo más claro. Ozu no hubiera terminado nunca con esa horterada de final de autoayuda que se marca Payne, esa especie de sublimación del mal americano: el padre borracho, hijodeputa, el padre triste que lleva sobre sus hombros la bondad impostada de la vida perdida. Pienso en la dignidad incólume de Gep Gambardella, o incluso en la parejita de viejecitos sublimados por Haneke en Amour y me entra la risa floja.

Esto no es cine. Pienso. Esto es mi tiempo que se pierde por las junturas de una reflexión impostada.

4.
Suponiendo que en Europa tengamos una mirada cínica, la mirada de dos mil años de filosofía, desesperación, y suponiendo que yo ahora pueda recoger entre la punta de mis dedos una brizna de la letra de Unamuno para reivindicarla, aunque sea de refilón, como mi herencia histórica.

Norteamérica quiere seguir siendo el hermano pequeño, fuerte y sano, tan moral y tan correcto, tan conocedor del bien que dan ganas de destrozar contra su cráneo las obras completas de Nietzsche talladas sobre un finísimo cristal. Norteamérica, tú y tus Oscars como manuales de la libertad y el buen pensamiento, vete a la mierda y cierra tus mezquitas de pánico.

5.
¿Quién se habrá creído Alexander Payne que es?

Entra en mi casa y quiere convencerme de nosequé jerga moral a través de imágenes que ha robado a los pioneros del cine indie. Pero no tiene sus huevos. No es capaz de sostener un plano fijo como lo hacía Jarmusch.

Por eso cambia de plano, y mantiene una narración sostenida: para que todos pensemos que es un buen director, capaz de darnos la golosina indie y la chocolatina del buen Hollywood. Pero eso tiene también un nombre: cobardía.

Mi ropa está limpia, mi alma está sucia, Alexander Payne, y no pienso pagar las facturas de tus rednecks con sobrepeso y tus pequeños complejines de humanista en un país que nunca tuvo humanistas. Pásale las facturas a China.

Y ya de paso, llévate contigo a David O. Russell.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues a mi me gusto, no tenia referencias previas y lo sentimentaloide fue directo a la patata XD .Sandra