Objeto transicional de una infancia de mierda. Edipo wannabe. |
En breve nos daremos cuenta de que hemos caído en la misma trampa que nuestra generación precedente. Ellos tuvieron los adoquines de Mayo del 68 y nosotros tendremos la panadería de Barrio Sésamo. Ellos lloran amargamente por la utopía del buen socialismo europeo perdido. Nosotros lloraremos la estabilidad económica y laboral de los años noventa. En breve nos daremos cuenta de que el tema principal de nuestra generación será la venta de la nostalgia en pequeños paquetes asépticos, y que las esquinas de las publicaciones cool de la red se nos llenan de entristecidos náufragos de un tiempo perdido, soñado, delirado quizá, un tiempo que nunca existió excepto para aquellos que creen haberlo perdido todo.
Hace unos meses, en un congreso de la cosa del cine, una psicoanalista amiga mía me dio un fuerte codazo y me dijo: "Estoy hasta el coño de los que están dándole vueltas a la melancolía y al objeto de deseo perdido una y otra vez... ¡A ver si crecemos de una vez!". Y creo que había algo de razón en aquella fórmula destroyer, aquello de ir siempre con el cilicio/objeto transicional de La Onda Vaselina, Los Fresones Rebeldes, Espinete, Pumuky y la madre que los parió a todos. El día que la Abeja Maya se puso a vender productos de Bankia ya se nos tenían que haber encendido todas las luces rojas. Pero no.
Estos son los del rescate. El rescate que, si trabajas, estás pagando con tus impuestos. Por si se te había olvidado. |
La distancia de la topografía melancólica generacional ha conseguido lo imposible: que despedazáramos la estatua de Lenin para poner en su lugar a Son Goku. Es normal que nuestros hermanos pequeños estén decepcionados y flipando con nosotros, con nuestro gesto llorón de desempolvar los cedés de Celine Dion y pagar los ocho pavos por ver Titanic en 3D. Qué quieren que les diga: si por mi fuera, prendería fuego a toda la iconografía ochentera y noventera hasta que no quedaran ni las cenizas. Toda esa orgía obscena de Supercampeones que sirvió de antesala a los tejemanejes de los clubes deportivos con intereses inmobiliarios, toda esa repugnante colección de estribillos normativos -Toma mucha fruta, mucha fruta fresca, cantaban los minichuloputas en el baile de fin de curso exactamente cinco años antes de perder la virginidad en los esquinazos del parque de los botellones, ebrios de Don Simón, Don Simón fresco-, todas las emisoras de radiofórmula poniendo una y otra vez en bucle Y si fuera ella o Y nos dieron las diez.
¿Nostalgia de qué? ¿De cuando pensabas que ibas a ser amiga para siempre de esas chicas con las que te repartías los roles de las Spice Girls -tú eres la deportista, jo tía-, dando por sentado que nadie quería ser la negra, que la negra era un error de márketing en la España de tu preadolescencia, corazón? ¿Nostalgia del Life in plastic is fantastic, nostalgia de los tiempos antes de sacarse el MBA y dos carreras y no encontrar trabajo, ahora tú serás la Spice puteada?
La Nostalgia funciona como la estación previa de la desesperación. No sé qué esperaban mis contemporáneos de sí mismos si crecieron viendo la primera edición de Gran Hermano y aullando Mi música es tu voz cuando salían de fiesta los fines de semana. No sé qué esperaban si se enchufaron en vena los tics de las mafias de Miami vía moda latina y todavía tuvieron tiempo para no dejar a Shakira explotar en mil pedazos entre los demás juguetes rotos (David Civera, Thalía, Chayanne) de aquella pesadilla musical/social. Les ví con casi veinte palos coreando Que baila, que báilame en las discotecas casi-pijas de la Calle Serrano o en la planta de pachanga de Kapital Noche. No querían crecer, no aprendieron nada, no leyeron nada y no pensaron nada. Ahora no me pedirán que sienta nostalgia por sus pulsiones, nostalgia de las cartas perfumadas de Hello Kitty o de los cromos de la Liga de Panini. No me venderán planes de pensiones reescribiendo la crónica de los imberbes que lloraban a moco tendido escuchando El muelle de San Blas porque les había dejado la choni de la clase de al lado. De hecho, les deseo a todos que sigan comprando unas buenas preferentes y disfrutando de su voto neoliberal y antidemocrático: la Historia les está sirviendo en bandeja toda la frustración que merecen. Que merecemos, quiero decir.
Es lo mismo que escuchas en Kiss FM. Pero con un porcentaje ligeramente mayor de caspa en los microsurcos. |
Si por mi fuera, queda dicho, prendería toda la iconografía de la nostalgia generacional hasta las cenizas. En el gesto imbécil de Chicho Terremoto al ver unas bragas ya se transparentan todos los treintañeros que no sabrán llevar su propia vida y dejarán a la parienta y a sus dos chatungos precocainómanos por la becaria diez años más joven. En el gesto imbécil de Optimus Prime en la hora de su muerte se transparenta toda la pasta que te has dejado en el tunning de tu coche y de tu Home Cinema ahora que lo tienes que vender a mitad de precio en el Cash Converters para que no te larguen de tu casa. En mi gesto imbécil de haber soportado vuestra música, vuestras ilusiones, vuestras bodas por encima de vuestras posibilidades, vuestros anuncios de televisión, vuestras hostias en los parkings de las macrodiscotecas en las sesiones remember -hasta los bakalas se os adelantaron por la derecha en la moda de la nostalgia, Oro Viejo de la Fabrik y tal.
Me habláis de nostalgia. ¿Nostalgia de qué, en nombre del cielo? ¿Qué fue aquello tan valioso que hemos perdido y a lo que no encontramos la manera de volver? ¿Acaso algo -la inocencia- que nunca tuvimos? ¿Acaso algo -la posibilidad de ser una generación mejor- que nosotros mismos tiramos por el retrete desde el momento en el que nos compramos el primer disco de Estopa? ¿Nostalgia de qué, en nombre del cielo?
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