4.10.13

Lampedusa


    Hoy llovía sobre Jedwabne. Andaba haciendo los últimos equilibrismos de la tarde, en la hora de las masturbaciones gélidas, pero se me han colado los muertos de Lampedusa en el salón y me han robado las gafas de pensar de cerca. El cadáver anda maquillándose en los vestuarios de la cosa, muy impaciente por salir mañana en todas las portadas al lado de los anuncios contra la impotencia de Boston -¡Sexo es vida!-, pero debe ser que en África no lo tienen tan claro y allí el Sexo no se sabe si mola, eso de engendrar un ser humano para que acabe congelado en un gesto de incrédula sorpresa o para que nos venda las gafas de sol falsas en las penúltimas cañas del verano, los cds piratas de KikoRiveraQuitateElTop, africanos con su sonrisa de Nueva-Economía-Ahí-A-Tope, luego las catedráticas de los estudios multiculturales que me acusan de colonialista se teñirán de rojo antes de salir para la mani y guardar un luto de escándalo. Pero I guess I need you baby -le digo a la tragedia, y la tragedia me regala un alpino gastado para que escriba algo, I see your face, it's haunting me/I guess I need you baby, escribo una y otra vez sobre las paredes del muro de mi ático en Jedwabne. 

    Esta noche correrán los chupitos de tequila y dos primates se abrirán la cabeza a golpes bajo la mirada de una luna puesta de coca, una luna que hace equilibrismos sobre el mar que amamanta a doscientos cadáveres, porque el mar es una madre llena de amor que igual se pinta una loncha de cuerpos muertos que te pregunta dónde has estado o te atraviesa, como por la espalda, con los recuerdos ya perdidos de una adolescencia en la que pensabas que escribiendo ibas a salvar el mundo.

    Pero el mundo, la película del mundo que se proyecta constantemente en todas partes, siempre va de otra cosa y al final todo es arrancarle la ropa interior a la tragedia y hacer la cuenta de los cuerpos rotos porque ya se sabe, Europa vieja y decadente y neoliberal pero los parias de las tierra quieren ser sus hijos y pegarle al crack del mercado en larguísimas pipas talladas sobre la madera de la patera, que es la que mejor tira, y por lo demás, es un ripio bellísimo. Dulce Madre África que vagas por la Historia con los ojos inyectados en sangre y clavando tus dedos sin uñas en busca de un recodo en el que se te convierta en esquela o en zoológico, carne de ONG, yo te bendigo desde mi ático de Jedwabne y te deseo suerte, y con las mismas, te sugiero que no vengas a manchar mis costas con tus excedentes corporales y tus máscaras pintorescas, máscaras que son como radiografías de putas con sífilis, putas que naufragan en el mar sobre el casquillo que les apunta a la cabeza, y qué le voy a hacer si yo nací en el mediterráneo.

     Asia a un lado. Al otro, Europa. Y allá en su frente, el punto ciego del discurso, que es el paréntesis del niño muerto -el niño muerto es siempre un paréntesis que luce mucho en la propaganda, por eso los ejércitos en guerra siempre están atando a sus niños muertos en los mástiles y jurando venganza -véase 5 broken cameras, véase Inch´Allah-, con la diferencia de que aquí el enemigo es la condición humana en sordina. Qué culpa tienen los doscientos cadáveres, que ya están otra vez en la casilla de Salida por obra y gracia del Dios del Eterno Retorno, dispuestos a volver a pegarse el angosto chapuzón en una colección de espejos abismados. Qué risas nos vamos a pegar, Friedrich, como tu invento encaje y en Lampedusa no se encuentre sino un cuerpo recién nacido en una muerte continua.

    Así que llueve sobre Jedwabne y la tragedia andaba con un juego de lencería nuevo, ya se sabe.

    I see your face/It´s haunting me.

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