17.10.13

Blues sin Nikkei

Alvite

Para José Luis Alvite, con todo mi cariño, mi ánimo y mi agradecimiento

    Cuando llegué a los 17 tenía siempre ganas de fumar, ropa de la sección de oportunidades de El Corte Inglés, un torbellino sentimental, brackets, y una sociedad embalada en COU. Si no has vivido los 17 de la periferia triste de una gran ciudad y el colegio concertado no sabes lo que es el infierno, muchacho. Los quinquis se fumaban las bases de coca a la salida de la catequesis con páginas arrancadas de la Divina Comedia y yo coleccionaba las columnas que escribía José Luis Alvite en el Diario 16.

    Por aquel entonces yo pensaba que el periodismo era el truco de magia para llevarme a la nínfula que se parecía a Joan Fontaine a la cama, porque tenía unas curvas que eran el manual de estilo de mi onanismo. No me culpen: en aquellas mañanas grises del cielo de San Blas yo quería que la vida fuera como una película de Billy Wilder y me imaginaba que el barrio triste era un Savoy. Llegué a la madurez y a sus pérdidas en el momento en que dejé de gastarme la paga semanal en cintas de casete y comencé a gastármela en periódicos y en invitar a Martini con limón a las chiquichonis de Alonso Martínez. La culpa la tuvo Alvite, que en aquel momento escribía como a mí me hubiera gustado escribir: con el tic de una navaja de afeitar asomando por las teclas de una olivetti en blanco y negro, y así los viernes -la paga no me daba para más y el Martini iba primero- me leía las Almas del Nueve Largo y pensaba, joder, en cómo se hacía aquel truco de magia.

    Hoy no sé si aquello era periodismo, pero creo que me salvó la vida. En un sentido literal, quiero decir. "Me salvó la vida" significa que me arrastraba todas las tardes al procesador de textos, que me empujó en una de las equivocaciones más afortunadas de mi vida -comenzar la carrera de Periodismo-, que me enseñó la capacidad para disfrazar a la mujer de tinta y noticia. Yo sólo escribo sobre mujeres, incluso cuando escribo de cine, porque en el fondo cada texto es una nostalgia de las columnas como disparos y de la sensación de que las putas que hablaban con José Luis semana tras semana eran las mismas fantasmagorías que en aquel momento perdían la virginidad en los reservados de las discotecas lights de la zona. Arnaud Desplechin dejó escrito por algún lado que la adolescencia es ese paréntesis en el que tu cabeza parece a punto de estallar, pero a la que te pasas añorando el resto de sus días. Alvite fue lo mejor de aquellos años terribles, ya ven, la fragilidad de la prosa y el whisky bien temperado.

     Pasaron los años -siempre que escribo pasaron los años es porque algo terrible está a punto de emerger en el artículo. Terminé la carrera, asistí a pases de prensa, bodas y a elecciones, escribí en algunas revistas y acabé tarifando con la nómina inevitable de enemigos íntimos en el sector periodístico -otra cosa que aprendí de Alvite es que uno no puede follar de verdad ni escribir de verdad sin meterse en problemas. Pasaron los años y me monté por aquí una sucursal del Savoy que bauticé como Hotel Kid y que me recuerda que, después de varias semanas escribiendo gilipolleces, siempre está bien hacer parada y fonda en la literatura de la ginebra seca. Pasaron los años y comencé a seguir el Twitter de Alvite, que hubiera sido como conectarse al Twitter de Fitzgerald o de Bogart, un delirio de humo y de valor a través del espejo del puñetero ruido de los 140 caracteres. Hay borrasca en el Savoy y la barra se está llenando de amigos que aporrean el piano, piden copas, hablan de mujeres, acarician abrigos olvidados.

    José Luis, muchacho, tienes que pelearlo. Aquí te queremos todos y te debemos muchas cosas. Yo mismo, más de una década entera mirando de refilón la colección de columnas del Diario 16 que todavía guardo en la carpeta verde que le robé a mi viejo para recordarme que las palabras servían para algo. Una carpeta que me ha acompañado en tres ciudades, cuatro casas, noches de insomnio. Una carpeta en la que tengo textos tuyos que quizá no recuerdes pero que para mí fueron radicalmente importantes. Si cierras el Savoy, yo corro el riesgo de sacarme un MBA, dirigir una empresa de palillos para las orejas, comprarme una barbacoa, una camisa de marca, invertir en bolsa, aprender qué coño es eso del Nikkei, convertirme en un imbécil. Si cierran el Savoy, nos vamos a quedar todos encerrados dentro. Para siempre. Esperando. Así que ya sabes lo que toca.

    Mis maestros de Periodismo me decían que era un error repetir en las columnas. Pero esto no es periodismo, así que lo diré de nuevo. Aquí te queremos todos y te debemos muchas cosas.

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