Andrei Tarkovski -que quizá sea el único director de la historia del cine que no tiene ni un plano que no sea inmortal, y lo digo haciéndome cargo de la brutalidad de tal aseveración- se inventó una fórmula para la nostalgia que atravesaba una sombra dostoievskiana exiliada de su tierra con un viejo demente que alucinaba un pequeño apocalipsis mientras vagaba con su perro. En los tiempos de la modernidad, hasta Dios era capaz de sentir nostalgia.
[Me dijeron que, unos años después, habían visto al ángel de Benjamin puesto hasta el culo en los lavabos del Madrid Arena, sonaba aquello de I love the way you lie y puede que el puto ángel estuviera llorando, pero quién sabe]
El objeto físico impone su presencia.
Además, por otro lado, está el problema del tiempo y de las promesas nunca cumplidas, en fin, la revolución sin revolución, y el estado general de la desesperación - la gente no te mira a los ojos y te dice: Estoy desesperado, pero intenta generar una amistad, un conocimiento más o menos duradero de otro ser humano comprendido entre los 18 y los 40 y verás qué rápido su discurso empieza a virar hacia la desesperación: no folla lo suficiente, no gana lo suficiente, no sueña lo suficiente, no duerme lo suficiente, no se emociona lo suficiente. Son las Variaciones Goldberg de la postmodernidad: mi rostro vacío de un rostro.
Una parte del funcionamiento de Rewind This! es la gracia del friqui. El Chiquito de la Calzada Hipster. El imbécil del que te reías en el colegio, que ahora tiene sobrepeso y colecciona VHS pasados de moda y se tatúa cosas raras en el brazo, te descojonas, la chica que se masturbaba o lloraba cada noche pensando en palabras como esquirlas, todos ellos son putos héroes y han sobrevivido y ahora le dicen a la cámara: Amo mi VHS, no has acabado con ellos, nadie ha acabado con ellos y al verles -se supone que debo sentir una mezcla de horror, empatía, suficiencia, desprecio y apreciación- siento su energía heróica. Les ha importado todo un huevo, y escogieron voluntariamente permanecer allí donde quisieron, trazaron un mapa de la cultura y dijeron: el VHS es mi territorio.
Dios les bendiga. Valen más que el 99% de gente que sale en Divinity, por ejemplo.
Somos conscientes de una nostalgia y nos la injertamos en la córnea (VHS) o en el tímpano (Vinilo/Cassete), y si pudiéramos copular con precisión analógica en el universo de los objetos -algo así como las alucinaciones de Cronenberg, o incluso del primer Egoyan, que no en vano es conjurado junto a los friquis- encontraríamos su presencia, su fisicidad más punzante y exquisita que cualquier cuerpo. El cuerpo siempre puede pensar en otra cosa, en Justin Bieber -piénselo, la Historia reciente nos ha ofrecido el caso de gente que copula pensando en Justin Bieber, fantaseando en Justin Bieber, que sin duda es el punto cero, el grado cero de la fantasía o en el que la fantasía se convierte en delirio-, pero el objeto es sincero en su fisicidad. Puede, incluso en el límite, ser destruído.
Por lo general, desprecio casi todo ese cine camp que los friquis del documental coleccionan primorosamente -a excepción, por supuesto, de la pornografía, que me resulta mucho más interesante en su formato video que en su formato celuloide, y aquí se atraviesa otra nostalgia fantasmática, pero eso ya es otro tema- pero comulgo en su tozudez comulgante, en su epifanía ante los ochenta, en su amor por una basura íntima y voluntariamente escogida. La pasión -en su sentido de martirio- es tan hermosa cuando uno la acepta voluntariamente, tan conmovedora cuando se convierte en un laberinto íntimo que genera una incomunicación total hacia el Otro. El gesto con el que el friqui acaricia su copia desgastada de Destrucción Diabólica III es el Acontecimiento superviviente.
Rewind This es la enésima variación de la celda del hombre elefante.
Pasen y vean, el increíble hombre analógico, la increíble máquina analógica, la enfermedad en el tejido social, la anormalidad en el amor y en el gusto. Y sin embargo, cuánta belleza. John Merrick durmiendo en el tejado caliente de Dolph Lundgren. Lo que hubieran llorado nuestros padres al alquilarnos Master of the Universe hace ya tantas décadas si hubieran sabido que acabaríamos despreciando tanto el mundo. Joder. Lo que hubieran llorado.
(PS: Lo más electrizante del documental es, quizá, volver a ver a una Cassandra Peterson que a sus más de sesenta años está hermosísima. Pero eso es una nota que dejo al pie de página para otro post)
1 comentario:
Sobre Tarkovski, por si te interesa:
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/escorpion/2013/09/09/el-desamparo-en-casa.html
Un saludo, Aarón.
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