20.6.13
Apuntes de Cine y Hospital
1.
En Vals con Bashir -que es, sin duda, una de mis películas favoritas-, cuentan la historia de un sujeto que, en mitad del caos de las matanzas de Sabra y Chatila, siguió funcionando mecánicamente aferrándose a la idea de que su mente era una cámara fotográfica. Algo parecido volví a encontrarme, años después, en los testimonios de los soldados aliados que entraron por primera vez en Bergen Belsen. En mitad de la tragedia, el cerebro tiene una extraña función, una suerte de piloto automático, que protege ante lo descabellado que ocurre a tu alrededor.
Durante los últimos días he tenido que permanecer junto con un familiar ingresado en un Hospital público. No es nada especialmente grave, más allá de las implicaciones que la fragilidad y la presencia de la enfermedad imprimen sobre la vida. El hospital es, junto con el cementerio, la gran heterotopía. Vivir la experiencia de la enfermedad resulta cada vez más complicado, no tanto por sus implicaciones prácticas sino por el terrible "desenganche" simbólico que plantea con los flujos de la vida en Occidente.
Despierto a las seis y media. Conduzco setenta kilómetros. Me convierto en una herramienta de producción para mi empresa. Como en un pequeño restaurante. Sigo produciendo. Conduzco setenta kilómetros de vuelta al Hospital, me siento junto a una cama y observo cómo sufre un ser querido. Regreso a casa. Duermo. Despierto a las seis y media. Conduzco setenta kilómetros. Me convierto en una herramienta de producción para mi empresa.
Escucho las Variaciones Goldman y el Wish you were here. Pero no siento gran cosa.
2.
En los pocos ratos de soledad que tengo en la cafetería del Hospital he tenido tiempo para pensar obsesivamente en dos cosas, mis dos resquicios favoritos por los que mi mente bloqueada consigue filtrarse. El primero es el debate sobre la Nueva Crítica. El segundo es la situación de la Sanidad Pública.
Sobre la Nueva Crítica lo único que puedo decir es que tengo un cansancio reflexivo en los huesos en el que lo único que me interesa es hablar sobre cine, y no sobre la escritura de cine. Realizo un "Top 10" mental de cosas que he leído en los últimos meses y que realmente justifiquen la presencia de un nuevo corte generacional. Aunque les parezca una brutalidad, llevo en el bolsillo derecho trasero del pantalón la versión impresa de la crítica que Lolo Ortega escribió a propósito de Declaración de Guerra: Cuatrocientos mil millones de golpes. En estos días de tristeza, necesito leer una y otra vez ese texto. Dice la verdad, y dice cosas que yo siento entre estas paredes.
También pienso en Declaración de Guerra, claro, que es una película maravillosa pero que me mató de miedo. Sufrí demasiado durante la proyección, y por eso no me he atrevido a escribir nunca sobre ella, porque es un cuchillo clavado en el centro de todo lo que me aterra. Soy incapaz de construir nada sobre la cinta de la Donzelli porque hay algo ahí que está más allá de lo que yo puedo hacer con mi lenguaje. No puedo capturar pantallas ni hacer metáforas. Ahí no hay nada, además de mi pánico.
3.
Cavada, secretario de la CEOE, comentó hace poco en una rueda de prensa que le parecía mal que se dieran cuatro días de baja por la muerte de un ser querido.
En una comida con unos amigos, uno de mis referentes intelectuales me dijo: "No debes despreciar al 15M, porque estamos viendo sus logros precisamente por el uso de la No Violencia".
En el Hospital, nos atienden varias enfermeras y dos médicos ante los que habría que quitarse el sombrero. Tranquilizan a los familiares, se relacionan con los enfermos desde una Humanidad desarmante, sonríen con cariño precisamente allí donde el mundo se destroza. No es un tópico: cuerpos en peligro por las hendiduras del sistema, profesionales prestos para la extinción. En la cama de al lado hay una adolescente que llora en silencio. No tiene a nadie. Únicamente a una enfermera que le cambia el gotero. Cuando cae la noche en los Hospitales llega la hora de la Fiebre y los cuerpos se hacen más débiles.
Conduzco setenta kilómetros. Me convierto en una herramienta de producción para mi empresa. Escucho las Variaciones Goldberg pero no siento gran cosa.
En la hora de la Fiebre siento miedo por la adolescente de la cama de al lado y pienso, qué ostias, que en plena era de las redes sociales todavía hay gente que ocupa una cama de Hospital sin nadie que vele su sueño. Salvo la enfermera anónima. Podrán pensar que es un detalle novelesco que he inventado para dotar de mayor dramatismo a la entrada, pero lo voy a decir con claridad: en un Hospital uno no está para hacer literatura.
4.
Bowie escribió por algún lugar que la lección de los corazones inmundos siempre se interpreta delante de los sordos. Leo la biografía de Heidegger en mis tardes de Hospital y me cuesta contener las náuseas. Quiero bajarme un app que diga algo pero Itunes sólo quiere venderme cosas. La realidad funciona de manera extraña, distorsionada, al otro lado de la pantalla de protección mental. Lo único que funciona es la necesidad de la producción y la lógica empresarial.
El cuerpo del Otro duele.
El corazón del Otro duele.
Cuatro días de baja sin producir por la muerte de un ser querido, dice Cavada, es demasiado tiempo. Esa simple frase demuestra el delirio que nos rodea como ninguna otra. La muerte es improductiva.
El retorno a la barbarie, por otra parte, ya es inevitable.
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1 comentario:
En cuanto al primer punto: el otro día releía los diarios de Jünger (el segundo tomo de las Radiaciones), y comentaba una situación parecida a esta del piloto automático: de viaje a finales de 1945 para ver a su hermano, Jünger pasa por un refugio de la Cruz Roja, donde una mujer comenta, fríamente y sin aparente emoción, que ha sido violada media docena de veces por los soviéticos. Un hombre dice que su mujer paso por lo mismo hasta que la mataron... Lo que más impresiona a Jünger es la frialdad con que lo cuentan: "Yo tenía la impresión de estar sentado a la mesa con espíritus de fallecidos, que hablasen de cosas anteriores a su muerte".
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