28.3.13

Quadrophenia



Cada vez que escucho el Quadrophenia me obligo a intentar pensar, aunque sea superficialmente, qué pasaba por la cabeza de Pete Townshend. Me siento delante de los dos vinilos y clavo la mirada en cada una de las fotografías, pasando en silencio las páginas con esa concentrada actitud que parecen exigir las obras sagradas, sin saber por dónde empezar a edificar el pensamiento, perdido en ese laberinto grisáceo y suburbial de sueños rotos, cuerpos de mujeres y mantras que se repiten. Quadrophenia es una oración que ocupa cuatro caras, o a lo mejor una bola de cristal a punto de estallar sobre los ojos bien abiertos del vidente.  A veces creo que las cuatro personalidades del protagonista son los cuatro demonios básicos de Occidente y les escucho emitir tremendísimas carcajadas. En otras ocasiones, me pregunto si Quadrophenia no es la elegía definitiva, una reescritura de la oración final de Alexander Nevsky pero entre los cadáveres de la cultura pop, nuestros cadáveres. El ejército que habría de defendernos de nosotros mismos, de no acabar lobotomizados en la cola de una sucursal de Inditex. En 1973, prácticamente diez años antes de que yo naciera, los Who ya lo habían dicho todo y me habían regalado una scooter pintada de negro para que me arrojara a todos los océanos.

Como a tantas otras cosas, llegué muy tarde a los Who. Mi epifanía tuvo lugar mientras escribía la segunda revisión de Apocalipsis pop! Los tiempos apremiaban y el editor me había mandado ya varios correos preguntándome por el manuscrito. Ya había terminado toda la sección inicial, pero notaba que me faltaban piezas. No lo entendí bien hasta que no volví a ver la película y me topé con la escena en la que los jóvenes mods la liaban parda en una fiesta en la que el resto de asistentes se empeñaban en escuchar Be my baby. Aquella fue la secuencia bisagra, la que me permitió comprender que había un sentimiento de malestar generacional que habría surgido prácticamente en los sesenta y que, cuatro décadas después, yo había experimentado, muy en lo íntimo cuando en los garitos de la cosa se escuchaba aquella mierda del Sarandonga y sólo podía pensar en emborracharme y salir corriendo de allí. Los Who lo habían visto claro: la frustración total, el odio, la imposibilidad de la redención. No es de extrañar que la batería de Keith Moon suene como un redoble procesionario, un Calanda de pop y anfetas. Yo ni siquiera tenía rockers con los que abrirme la cabeza a botellazos. Como mucho, mis rivales eran amantes de lo latino que se sacaban un ADE y señoritas bien de una burguesía de mucho pose que coleccionaban los discos de Amaia Montero. Rivales, es un decir, porque ellos se encamaban en una endogamia de gente guapa y yo me piraba en mi scooter negra -un vagón de la línea 5- maldiciendo contra Dios y contra los hombres. La línea 5 a finales de los noventa nunca llevó a Brighton, sino a otros pueblos cansados y agotados de la periferia lumpen. Era el comienzo de la Generación Operación Triunfo. Hijos de mil padres, yo os maldigo.

Desde aquel momento, desde que conecté en lo íntimo con el desastre generacional escrito por Townshend, he descubierto que todas las generaciones son cíclicas y autodestructivas, que las fiestas se repiten y las banderas del malestar se enarbolan siempre en la misma dirección. Quadrophenia está esperando a más adolescentes furiosos, los amamantará hasta la náusea, hasta la revelación, hasta el orgasmo con ese crescendo terrible que supone su Cara D, esa unión casi perfecta de The Sea/Love Reign Over me, la saeta pop total que emitimos los niños descreídos y cansados de nosotros mismos y de nuestras demandas de goce. Hoy, las viejas de mi pueblo se preparan para lucir mantilla y manto negros. A mí me gustaría arrojarme por el balcón gritando que el amor llueve/reina sobre mí, ofrecer mi cuerpo mártir al deslumbramiento de la cultura popular, decirle al nazareno que se sigue repitiendo el antimilagro de las soledades y los laberintos. Townshend, náufrago de irrealidades. San Pete Townshend.

Tantos años después, seguiréis sacando los mismos santos a las mismas calles y repitiendo las mismas frases. Por mi parte, os juro que iré en dirección contraria a vuestras plegarias, gritando con todas mis fuerzas: We are the mods, We are the mods, We are, We are, We are the mods. Aunque no me acompañe nadie. Aunque todo sea una revisión gastada de una revisión gastada de una llantina generacional enunciada hace décadas. 

We are the mods, cabrones.

2 comentarios:

Lluís Bosch dijo...

Me acuerdo que después de ver la peli Quadrophenia estuve pensando donde estaba el Brighton barcelonés. Encontré indicios claros y me pareció haberlo identificado.
Quizás encontré eso, la semilla de la generación OT.

Anónimo dijo...

Recuerdo cuando se veían algunos mods españoles en las calles de Madrid,lo absurdo que me parecía que llevaran parkas en un sitio donde llueve tan poco. Una observación. si se quiere, superficial pero reveladora de ese absurdo de disfrazarse para ir contracorriente. Aunque en realidad, esos mods españoles sí que iban de verdad contracorriente al inventarse un mundo mucho más irreal (ser mod en Madrid, años 80) que el de los propios mods ingleses de los años 60