3.2.13

Breves apuntes al márgen de "Amour"

Haneke

1.
    Creo que el problema de Amour es que venía con las críticas puestas y escritas con antelación. La cinta entró en el salón de la cinefilia con un manual de tópicos y dichos decibles que eran viejos incluso antes de ser pronunciados. Terrible Haneke, Valiente Haneke, Contemporáneo Haneke, Humanista Haneke, la Europa anciana, el anciano pensamiento.

    Nunca se lo he contado a ustedes, pero Santa Juana de los Mataderos trabajó, hace ya muchos años, en un asilo de la tercera edad. Al final de la tarde, en alguna ocasión, yo me dejaba caer por allí y saludaba a las ancianas con un gesto de pánico puro. Las primeras veces esperé en el párking con el Picanto en primera, listo para salir disparado a toda velocidad. Me aterraba el ambiente depresivo, el olor que flotaba en el ambiente, el cuerpo de cada anciano mirando hacia la nada, sentado en su sillón durante interminables minutos, sin hacer nada. Nada, pensaba yo, salvo esperar a la muerte.

    Pasadas las primeras semanas comprendí que todo aquello estaba en mi mirada. Que era yo el que construía toda esa mitología depresiva y decrépita de la tercera edad. Y lo comprendí, precisamente, al ver cómo Santa Juana de los Mataderos hablaba con los ancianos, en un valenciano antiguo y apresurado del que yo no entendía nada o casi nada, al ver los extrañísimos gestos de cariño y las conexiones que se entablaban entre ellos. Los ancianos se amaban, se odiaban, se traicionaban, se enfadaban profundamente y también se hacían notables putadas entre ellos, algunas peligrosas, algunas descacharrantes en su ingenuidad. Aquello era una versión reducida del mundo, y rodarla exigiría una serie de matices que yo no podía ni llegar a imaginarme. De hecho, yo no podría hablar jamás así con los ancianos, estaba bloqueado, sigo bloqueado, nunca he sido el tipo de persona que se siente cómoda realiando actos objetivamente buenos. Santa Juana cerró mi periplo reflexivo con uno de sus habituales y acertados axiomas: Lo que te pasa es que eres un amargado, y si no haces la lectura triste de las cosas no te quedas a gusto. Llevaba razón.

2.
    Creo que Amour es una cinta rodada para hacer sentir culpables a los ciudadanos cosmopolitas de las ciudades del primer mundo. Los ciudadanos de las megalópolis pueden sentirse de pronto sobrecogidos porque han desarrollado asépticas y poderosas herramientas para librarse de la angustia que provoca la tercera edad. En la España rural -quizá en la Europa rural, pero no estoy tan seguro-, la relación con los ancianos es más íntima, y quizá por eso, es menos "espectacular" -en el sentido más debordiano del término- que en el planteamiento de Haneke. Amour no me conmovió en absoluto porque vivo en una situación de permamente contacto con la vejez, porque durante los últimos años he comprendido que se ha establecido una desconexión generacional irremediable y dramática en el que los ancianos -cuando ya no pueden cuidar a los nietos de la crisis y la explotación laboral- sólo sirven para ser Soylent Green, para hacer esos estúpidos reportajes en los que "los ancianos del Pueblo X aprenden a manejar la internec gracias a los cursos del Ayuntamiento" y para subir el índice de audiencia de ciertas cadenas de televisión que todos conocemos. Los ancianos de Haneke son exquisitos porque escuchan a Schubert e interpretan a Bach al piano y dicen cosas como "Mira que hermoso, es la vida", y en el fondo todos pensamos que qué hijadeputa la hija, ay, pero qué pedazo de hijadeputa insensible. Cuando se mueren, ay que pena, pena penita pena, porque son tan educados, tan sensibles, tan enormemente poéticos.

    El anciano real, el de aquí, el de la terreta, está dando por culo y no escucha a Schubert sino a Jose Luis Perales, no entiende que el progreso es una locomotora total y poderosa que le arroja por la borda, que a nadie le importan una mierda sus historias repetidas hasta la náusea, no dice "Mira que hermoso, es la vida", sino que te cuenta tres, cuatro, cinco veces la misma puta cantinela de cuando la guerra o la postguerra, o la mili, o el plan Marshall, o la preguerra, y cuando tu padre era jóven,y cuando tu madre era jóven, y cuando tu abuela era jóven y así hasta el infinito en una espiral de trazos quebrados hasta que se muere, y cuando se muere, todo el mundo se encoje de hombros y dice, bueno, en fín, que la familia está aliviada, que ya no tendrán que cargar, que es una lástima pero que peor hubiera sido. Peor hubiera sido.

    Ahora usted puede optar por:

a. Solución Haneke: Ponerse exquisito y pensar en esa extrema injusticia de que los cuerpos ancianos sean aplastados por la lógica de un capitalismo neoliberal que -cuidado, esto no se dice en Amour- los propios ancianos ayudaron a construír por obra, pensamiento u omisión cuando eran jóvenes.
b. Solución Post-Loquesea: Asumir que el mundo es una mierda, que somos egoístas, que las cosas están como están y que, como todavía no somos viejos, vamos tirando.
c. Solución escapista: Proponer la excepción como tranquilizante: Pepe, el abuelo de Manolito, es tan bueno y está bien de la cabeza y todo el mundo le quiere y le tratan superbien. Pepe no ayudó a construir este sistema de mierda porque fue cenetista, trabajó en un taller y fumó Bisonte pasando pasquines revolucionarios.

3.
    Haneke quiere hacernos daño. Siempre lo ha querido y a veces le sale bien, muy bien. Es un tipo que rueda como Dios, un privilegiado, un filósofo, un profeta. El problema es que creo que en Amour funciona a la contra. La primera vez que vi La pianista salí llorando del cine como un animal porque había visto en la pantalla con una precisión total mi propia experiencia como mal estudiante de conservatorio en barrio pobre: las envidias, las broncas, los profesores frustrados, los oropeles burgueses. Como yo digo siempre, La pianista era verdad. En Amour me he sentido a la contra: es una cinta rodada para escandalizar al que no sabe, para conmover al que no quiere saber, una ducha de conciencia y jabón lagarto. No se engañen: ninguno de los espectadores de Amour hará más caso a sus abuelos, los llevará a su casa, les limpiará con cuidado pensando, ay, que el buen director les ha mostrado el camino en su -tócate los huevos- "giro humanista". Ninguno. Por lo tanto, ¿para qué coño sirve la película, además de para que los que no lo pasan mal en la vida real por culpa de la tercera edad tengan un simulacro de sufrimiento?

    Y eso me lleva al corazón de la pregunta que más me atormenta de un tiempo a esta parte: ¿Para qué nos hemos gastado (todos) los ocho euros que cuesta la entrada de Amour? La respuesta es inmisericorde: para tener un leve y mediado contacto estético -ay SchubertBachOneMoreTimeLaPoesíaDelSímboloDeLaPaloma- con una problemática que según un cierto humanismo pretérito del que no queremos desprendernos del todo debería importarnos mucho pero que, a la hora de la verdad, nos la suda de canto. Hacer otra lectura sociológica de la situación me parecería, simple y llanamente, un gesto hipócrita.
    

1 comentario:

Anny Rozas dijo...

Obviamente que es estético.. De la misma manera que alguien escucha Bach por un deleite estético, otro esucha José Luis Perales por la misma razón, aunque por diferentes motivos o contextos.

Algunos reprochan a Haneke por retratar una pareja de abuelos clase media alta (bien alta) que lo más sufrido que han tenido en sus vidas es el ocaso de esta. Pero cada autor escoge su comodidad. Es mejor Kaurismäki por retratar a la clase baja?. Acaso la gente que ve el cine de Kaurismäki termina la película y sale de la sala a hacer donaciones a los más necesitados?... Creo que no. Son caminos estéticos diferentes, que conllevan incluso la elección de una clase social.

A mi me pareció una excelente película. Conmovedora y sumamente estética.

Y a pesar de que no coincido en algunos puntos contigo, sí me pareció sumamente interesante tu post y tu blog.

Saludos desde:

http://elojodebaltasar.blogspot.com/