24.1.13

BOWIE (III): Space Oddity o la inmolación del comandante Tom

Space Oddity
  
El cosmos como espacio sugerente del pop, cohetes sputnik en la postal nostálgica de la guerra fría, un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para compartir este milkshake contigo, mi amor, en la intimidad de este sueño silencioso de ruido cuántico y cópula relativa. La duda del electrón en la doble rendija, esto es, la duda de lo que ocurre/no ocurre entre dos cuerpos. El pop es casi siempre el retrato cuántico de nuestra vida sexual. Follamos/no follamos, pero entre ambas posibilidades emerge una canción. Relativamente los amantes, relativamente el amor y relativamente el ornamento y el delirio de la piel deseada, que siempre es un alucine/alunizaje, una reverberación en lo íntimo del orgasmo.

Space Oddity es la primera gran canción de Bowie porque funciona como un tremendo encuentro sexual que acaba en un angustioso fundido hacia el silencio. El Comandante Tom es el icono pop que de pronto se desploma en su camino hacia Damasco y anuncia el giro Afterpop, un apóstol que admite su propia posición crítica frente al universo de consumo –and the papers want to know whose shirts you wear-, pero que también admite con la misma naturalidad la inmolación inmediata, el suicidio ante la fascinación de la nada, una epifanía total que se despliega –como el final de un polvo, queda dicho, un polvo de estrellas- en esas disonancias finales, ese lento cierre que, en el último segundo, parece aumentar levemente de volumen para desaparecer, ya de manera irremediable.

En alguna ocasión he cantado el Space Oddity en la intimidad del coche -el escenario improvisado de los mediocres- casi hasta hacerme daño en la garganta.

En realidad, a quien he querido emular siempre no es tanto al Comandante Tom seminal, sino a su fotocopia postmoderna, el Zachary Beaulieu (Marc-André Grondin) de C.R.A.Z.Y., aquel adolescente confuso que se pintaba el rostro como Aladdin Sane y le gritaba al mundo que se fuera a la mierda, que se metiera sus cohetes, sus agencias de noticias, su carrera espacial por el culo. Así de claro. En el Comandante Tom hay un ansia de disolución que la película de Jean-Marc Vallée despreció afortunadamente para proponer, muy precisamente, una lectura a la contra. Y es que, ¿acaso no se han dado cuenta de la inmensa paradoja que anida en el interior de Space Oddity? Allí donde Bowie escribió una canción para desaparecer tras una figura imposible, una figura que se suicidaba, o mejor dicho, que desaparecía –volvería, como ya veremos en Ashes to ashes y Hallo Spaceboy-, desde entonces generación tras generación nos hemos apropiado de su desquiciado evangelio para autoafirmarnos, señalarnos, intentar que no nos hiciera daño la construcción capitalista y definitivamente enferma de nuestro contexto.

 CRAZY

(Si tienes valor podrías preguntarte: ¿Cuántas, de las mujeres amadas, han llorado escuchando el Space Oddity? Es una pregunta brutal, desgarrada, una pregunta cabrona a calzón quitado, una pregunta que me formulé por primera vez con 17 palos cuando tocaba la guitarra e intenté explicarle a una hermosísima nínfula de cabeza hueca que la clave estaba en saber poner el Fa Mayor Séptima, ese acorde que le daba su magia brumosa a toda la primera estrofa antes de la explosión total. Tardé en aprender que ese tipo de frases no conduce a ningún lado, son frases carretera-perdida, frases sin retorno, frases que te hacen parecer un capullo. La nínfula mascaba las nubes y en su mirada bovina y aburrida descubrí, mierda, que el Fa Mayor Séptima sólo sonaba en el interior de mi cabeza y no en el interior de su ropa interior, descubriendo por el camino lo mal conquistador que sería siempre y lo incomunicable que anida siempre en las pasiones propias. Pero no me jodas. Escucha la canción y escucha el Fa Mayor Séptima, sigue siendo el mismo, mientras que la nínfula creo que anda con dos niños y las tetas caídas y una prima muerta por sobredosis en La Riviera que le hizo sentar la cabeza, no me jodas, yo siempre quise ser el Comandante Tom y quizá, en cierto sentido, lo he conseguido, es decir, sigo siendo un zombie, un esqueleto extrañamente lúbrico y elocuente dominado por la belleza que hace equilibrismos sobre la cuerda floja de la memoria mirando hacia arriba, hacia abajo, con el cuello roto pensando, ay amigos, que si yo hoy viera a aquella nínfula convertida en ama de casa vistiendo Cortefiel fumando Ducados Rubio crema antiarrugas de Mercadona y mechas, ya digo, lo único que podría decir es que Planet Earth is blue and there´s nothing I can do.)

2 comentarios:

Lluís Bosch dijo...

Me reconozco en la situación de haber cantado Space Oddity en la intimidad del coche, y más aún si es de noche. Es rara esa intimidad que procura el coche, y que uno no comprende hasta que no se saca el carnet y descubre que el vehículo no sólo te traslada de un sitio a otro. Cuando hice eso era muy joven, pero Bowie es de los pocos que me ha acompañado a través de los años.
Y luego están sus versiones, de la que te pego una de mis preferidas:
http://youtu.be/CVeD-xwJh-k

Lluís Bosch dijo...

Alguna extraña razón (aunque creo que comprensible) me ha llevado a asociar en mi imaginario la Space Oddity con esa colaboración Bowie/Gilmour:
http://youtu.be/FM0Pl80Zf00