17.1.13

BOWIE (I)

(El siguiente texto, y un puñado más que publicaré en las próximas semanas al hilo de la figura de Bowie, forman parte de una serie que voy hilando en paralelo en el blog de Iban Silvan. Aquí publicaré las versiones aumentadas y corregidas)

Thin white Duke

 Hace unos meses, una de las superbecarias del periodismo de provincias me preguntó, en gira de presentación de libro, cuál era mi icono pop favorito. Me sentí un poco acorralado ante la pregunta porque, ya se sabe, en las entrevistas uno responde únicamente lo que el interlocutor quiere escuchar, sobre todo si se venden libros de por medio. Finalmente, tras unos segundos de pánico escénico, opté por David Bowie.
No me arrepiento. Lo que ya es decir, porque en las entrevistas uno se arrepiente sistemáticamente de las brutalidades e imbecilidades que va hilando sobre la marcha. Yo escribo libros para no tener que dar entrevistas, y con todo y con eso. Pero de lo de Bowie, como dice siempre el asesino múltiple con las manos manchadas hasta los codos de vísceras y una sonrisa profident de eyaculación sangrienta, de eso, concretamente, no me arrepiento.

Icono pop, que es también y principalmente anti-Icono pop, porque parecería que lo pop podría ser una reestructuración del amor para el consumo desmesurado en las sociedades postindustriales. Bowie, a la contra, se reproduce como una obra de arte post-Walter Benjamin, es radicalmente postmoderno y casi nunca escribe canciones de amor. Y es que hay que tener muchos huevos para no escribir casi nunca canciones de amor. Ojo y cuidado con la frase. Bowie escribe canciones sobre casi todo: sobre el alienígena que se inmola en nombre de la fama, sobre los yonquis que recorren los vagones de metro, sobre el odio que nos tenemos mutuamente y en lo íntimo. Pero apenas escribe canciones de amor y, cuando lo hace, suelen tener un trasfondo extrañamente político –Heroes como metáfora del muro de Berlín, Five Years como distopía lúdica donde la nostalgia se asfixia entre postales norteamericanas de los cincuenta...-, o aparecen como fantasmas postmodernos extrañamente imperfectos, hermosos en su sonoridad entre lo comercial y lo sagrado  –la reinterpretación del Wild is the wind, sin ir más lejos.

Sin embargo, Bowie no tiene necesidad alguna de pagar el peaje del almíbar pop, esa mitología ya corroída de odiseas emocionales sha-la-la-la que tanto gusta a Kiko Amat y a otros defensores de la destilación -por la vía de lo ingenuo- de la música popular. Por supuesto, aquel cuerpo adolescente -el cuerpo/pop, el cuerpo/be-my-baby - que Bob Dylan se encargó de herir y atravesar con un falo eléctrico en Newport encontró su muerte definitiva en los gestos de Bowie, su extrema violencia, su hacer filosofía del mal vestido de señora y su guitarra acústica de doce cuerdas. Un Bowie que mientras grababa el Station to Station se encerraba en la oscuridad de su mansión a leer a Nietzsche, vomitar la comida, meterse coca y leer compulsivamente fragmentos de la Cábala judía hasta que estuvo a punto de matarse. Un hombre que llega hasta ese punto de lucidez extrema y de pánico merece no sólo el mayor de los respetos, sino también una admiración sorda que tiene que ver con lo místico, con lo dulce, con lo sagrado. Regresó de su laberinto en llamas, hombre convertido en duda y duda convertida en una náusea, máscara tras máscara hasta que todo su cuerpo se ha convertido en tristeza, o en epifanía, o en huella que anda mostrando el amor del Dios-Araña por nosotros.

Algunos discos son como una oración, se pongan del revés o del derecho. Al final, todos los dioses necesitan de nuestras escrituras. Al final, todos los dioses necesitan un hombre que esté dispuesto a entregar su cuerpo para dar testimonio del ardor de sus heridas.

1 comentario:

Lluís Bosch dijo...

Hace apenas tres días vi por enésima vez "Merry Christmas Mr. Lawrence", ya que una cadena de TV decidió homenajear así la defunción de Oshima.
Suscribiría lo que dices de Bowie, que en este film se esfuerza en crear un personaje creíble sólo en parte. Le discutiría más cosas a Oshima que a Bowie, aunque la cinta me gustó otra vez y creo que refuerza al personaje Bowie, que supera al personaje Jack Celliers que encarna allí.