13.12.12

La Docencia, La Investigación, el Holocausto

when i passed through the gate/this feeling i hate/no, wherever you're meant to go (...) like dancing, like drowning with a stone in your pocket
(Syd Matters, Me and my horses)


    Me pregunto qué enseño. Me pregunto -a veces soy maoísta- contra qué enseño. Me pregunto si enseño algo, o si escucho mi voz enseñando algo, o me obligo a recordar enseñando algo, años atrás, cosas importantes, siempre migajas de cosas importantes. Me pregunto quién enseñó en el gueto de Varsovia con un fusil apuntándole a la cabeza -la educación fue prohibida por los nazis bajo pena de muerte. Busco en Internet los nombres de aquellos profesores, cuerpos muertos enseñando a niños muertos, busco sus nombres en el libro de Friedlander pero no los encuentro. Han sido borrados de la Historia. Encuentro algunos - Izrael Lichtenzstejn, en la escuela Ber Borochov. Me pregunto qué enseñaban en el gueto de Varsovia, qué conocimiento transmitían ante la muerte inminente, pero no tengo sus nombres. Los imagino. Tengo que imaginar esos nombres y esas lecciones.

    Me pregunto por qué enseño. Hace poco el Ministro Wert dijo que sobraban 20.000 profesores. Me pregunto por qué enseño. Me pregunto por qué preparo mi titularidad. Mis alumnos, que son sinceros, a veces dicen: "Ya está Aarón otra vez con el Holocausto" y me escuchan educadamente, con un gesto displicente, el gesto de quien quiere trabajo y producir, comprarse una casa, fundar una familia, morir en paz. Mis alumnos son sabios. Saben mejor que yo que el nombre Izrael Lichtenzstejn y los nombres que yo me obligo a imaginar, las manos manchadas de una tiza que ya no es tiza porque se cambió por un poco de verdura podrida están en otra parte. Pero yo me pregunto por qué enseño.

    Me pregunto por qué investigo. Para ser profesor titular, el Ministerio que dirige el Señor Wert exige proyectos de I+D+i en colaboración con empresas. A las empresas no les interesa el Holocausto, sino una cosa muy distinta que es la Responsabilidad Social Corporativa. A las empresas no les interesa el Holocausto, aunque hace unos setenta años IG-Farben, Bayer, BMW, Saurer o Volkswagen estaban interesadas en el I+D+i de los campos de exterminio. Para ser profesor titular tengo que convencer a una empresa de que me pague varios miles de euros, pero yo sólo puedo ofrecerles a cambio las cenizas del crematorio. Consecuentemente, me pregunto por qué investigo.

    Europa dice que ya no puede producir más bienes -no es competitiva- y que tenemos que cambiar la manera de enfocar nuestro trabajo porque ahora seremos la Europa del conocimiento. Yo produzco conocimiento sobre Europa cuando arranco el nombre de Izrael Lichtenzstejn de la desmemoria general, pero nadie comprará mi patente de dolor. El Ministro Wert estaba orgulloso de españolizar, pero yo me pregunto si no habría que estar orgulloso de educar correctamente. Yo no estoy orgulloso de españolizar a nadie, porque semejante programa educativo nunca ha entrado en mis clases, y antes a la contra, estar orgulloso de educar me parece un acto un poco ingenuo, un poco prepotente, un poco pretencioso. Educar es una elección personal e íntima que no te hace mejor y que, probablemente, te impedirá dormir tranquilo por las noches. Educar significa fracasar constantemente, porque desearías que tus alumnos sabios y displicentes comprendieran la radical importancia de Izrael Lichtenzstejn, que comprendió la radical importancia de enseñar y no se sintió orgulloso de nada. Educar significa fracasar constantemente porque al educar uno ofrece -atención, esto es cierto- lo más valioso que tiene. Educar es casi como amar. Decía Lacan que amar es dar lo que uno no tiene a alguien que no lo es. Educar es dar lo que uno es a alguien que no lo necesita. Es un ofrecimiento radical más allá del don y del regalo. Es casi una súplica: toma este nombre, Edith Stein, por ejemplo, o este otro, Nicolas Klotz, por ejemplo, o este tercero, Didi-Huberman, y guárdalo dentro de ti, guárdalo cerca, mima este nombre porque quizá mañana, cuando ya no seas alumno, quizá mañana caiga una nueva tormenta sobre Europa y quizá necesites este nombre, Claude Lanzmann, o quizá este otro, Primo Levi, o quizá este tercero, que es más pequeño pero más importante: Hurbinek.

    Cuida el nombre de Hurbinek antes de que caiga la noche. Cuida el nombre de Hurbinek. Eso es educar, y no estoy orgulloso de hacerlo porque no tengo otra opción. No puedo dedicarme a producir valor, o I+D+i, no puedo levantar puentes o diseñar apps para el Iphone. Perdonadme, pero no puedo hacer otra cosa. Si lo hago -y a veces, como todos, lo hago y utilizo palabras como Emprendizaje, o palabras como Estrategia, o palabras como Venta-, entonces luego me siento triste, fumo demasiado, pierdo los papeles. No puedo vender el nombre de Hurbinek, que Dios me perdone, porque quizá es lo más valioso que tengo. Y por eso, sólo puedo dejarlo aquí escrito.

    Y sin embargo...


(La zona gris: : Después de la rebelión, quedan en pie la mitad de los Hornos y nos llevan a todos hasta allí. Yo me quemo, muy rápido. La primera parte de mí se eleva en un denso humo que se mezcla con el humo de los demás. Luego quedan los huesos, que se convierten en ceniza. Barren las cenizas para llevarlas hasta el río, y al final, quedan motas de nuestro polvo flotando en el aire mientras el nuevo grupo trabaja. Esos fragmentos de polvo son grises. Nos depositamos en sus zapatos y en sus caras, y en sus pulmones. Y se acostumbran tanto a nosotros que pronto ni tosen, ni se esfuerzan en quitársenos de encima cepillándose la ropa. Llegados a este punto, sólo se mueven. Respiran y se mueven como cualquier otro aún vivo en este lugar. Y así es como el trabajo continúa)

Y sin embargo, así es como el trabajo continúa.

No hay comentarios: