30.11.12

Coleccionar vinilos #01: La insoportable levedad del coleccionista de vinilos

    Después de una avalancha de correos electrónicos -creo que han sido dos o tres-, por fín me he decidido a abrir una sección en el blog sobre esa pequeña pasión confesable que propios y extraños compartimos con respecto al mundo del acetato, el surco y la aguja. Me perdonarán mis lectores y lectrices habituales que en esta colección de entradas no me dedique a Lacan, a Eustache, a Didi-Huberman o a la pornografía para proponer una serie de apuntes a vuelapluma que sirvan como iniciación, reflexión o ejercicio onanista para nostálgicos, gafapastas de nuevo cuño, modernetes varios y cómplices fetichistas del LP. Huelga decir que me dejo la rigurosidad a la entrada, colgada de una percha, porque...

Coleccionar lp



00. De qué hablamos cuando hablamos de coleccionar vinilos

    Porque somos unos motivados. Formamos parte de esa secta que Brett Milano bautizó como los "Yonquis del vinilo". Construímos una comunidad heterogénea, de muy distintos niveles, con sus facciones enfrentadas, sus popes, sus talibanes, sus herejes. Es fácil reconocernos: pululamos por mercadillos de segunda mano, tenemos abiertas quince búsquedas en ebay, podemos discutir airadamente entre los platos Rega o Project y llegar a las manos, generamos complicados mecanismos de clasificación, invertimos tardes enteras en limpiar, ordenar, mimar a nuestros hijos. Tenemos "tesoros", "siete pulgadas", nos dedicamos a "calibrar el brazo", vemos videos en youtube de nuestros rivales con un gesto de superioridad - ¡Ja! ¡Se creerá un buen coleccionista por tener cuatro ediciones de Let it be...!-, leemos las novelas de Kiko Amat. Queremos nuestra dosis. Y estamos dispuestos a pagar por ella.
    Lo primero que tiene que saber un futuro coleccionista de vinilos es que nuestro pequeño mundo está lleno de talibanes. El perfil iniciático suele ser el coleccionista de Nuevo Cuño: se ha comprado un par de "180 gramos" en la Fnac y en breve le van a tangar 50 euros del ala por un Sgt. Pepper con más arañazos que el Ecce Homo antes de la restauración. En el otro extremo, el connaisseur fanático que sólo colecciona discos de Soul de los sesenta en edición alemana. El mundo del vinilo, como todos, está lleno de gilipollas e intransigentes.
    Bajo mi punto de vista, es todo más sencillo. Coleccionamos vinilos porque nos da la real gana, y buscamos en ellos la misma música que tenemos a un golpe de click en Spotify. Ahora mismo, por supuesto, está de moda coleccionar vinilos, se considera un consumo cultural "de calidad", un gesto de (post)modernidad, de ser-más-indie-que-el-vecino, de amar-el-LowFi. De hecho, es probable que de aquí a diez años el mercado vuelva a estamparse y nos quedemos los clientes de toda la vida rebuscando entre las cajas de La Metralleta, pero por el momento, hay que disfrutar de este empujón para paladear las nuevas reediciones de Joy Division -tremendísima y acertada limpieza de sonido- o la fastuosa edición del Songs from de road de Leonard Cohen.
(¿Ven? En este punto del texto, algún vinilo-maníaco ya ha torcido el gesto: "Este blogger de pacotilla ha citado a Joy Division y a Leonard Cohen, ¿se puede ser más tópico? ¿Por qué no habla de las reediciones de la Verve o del último de The New Raemon? Fanáticos, fanáticos everywhere..


01. Mitos y ritos. El tótem y el tabú del vinilo.

     Ustedes quizá esperan que yo diga ahora aquello de: "Escuchamos vinilos porque suenan mejor que el cd". Pero si lo hiciera, me metería en una camisa de once varas que ya tiene cuantiosas y estimulantes páginas en internet -por ejemplo, aquí-, y en la que no voy a perder ni un segundo. En mi opinión, escuchamos vinilos simplemente porque nos permiten tener un contacto material y real con el sonido. Valorizan el objeto-disco, lo convierten en un fetiche, nos sugieren una nueva manera de relacionarnos con la música en formato doméstico. Es decir, son una suerte de Paraíso Perdido de la infancia, una imago materno-musical que nos arropa y que se justifica como objeto. El vinilo es hermoso en sí mismo, nos seduce con su portada, nos habla de una experiencia vivida en su interior. El hecho de que cada audición destruya -aunque sea ligeramente- una capa de la experiencia sonora nos hace conscientes de una serie de conceptos ontológicos que podrían llevarnos muy lejos. El vinilo es el tiempo que pasa, circular como en Nietzsche, pero también es el placer de lo vivido. Hace poco me comentaba un compañero cuya colección no llega a los treinta ejemplares -¿ven? otro tic- que lo que más le gustaba en la vida era sentarse con su cerveza a escuchar en vinilo a los Who.
    Los Who. Un recopilatorio, además, ni siquiera sus primeros trabajos, ni siquiera -oh my God, escuchamos a Kiko Amat rechinar los dientes- la versión extendida del Quadrophenia. Y sin embargo, aquel tipo es feliz, Dios le bendiga. El vinilo ofrece la experiencia de ese tiempo en destrucción que pasa, y ordena el mundo -es una construcción musical lineal y sólida, un relato- allí donde el mundo se empeña en ser aleatorio, en streaming, líquido.
     Todo se ejemplifica en la famosa polémica de Pink Floyd contra Itunes, que en un primer momento se negó a vender/compartir su música de manera disgregada, escindida. Un disco como The Wall, simplemente, no tiene sentido por separado. No puede ser vivido en tanto pieza artística conceptual. En su auxilio acude el concepto de vinilo, sin su exploración por pistas, obstinado en recorrer un universo propio. De hecho, el puñetero Echoes no es sino un monstruo de Frankenstein, un montón de piezas descompuestas e incomprensibles que hacen imposible entender absolutamente nada de lo que Roger Waters proponía, título tras título - la diferencia con los últimos Floyd de Gilmour es, por supuesto, que A momentary lapse of reason es, simplemente, un mal disco de pop con alguna chispa de brillantez, pero no una obra artística.

To be continued...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Faltan muchas cosas de las que hablar aquí. No me he podido ni tocar leyendo este post. No has hablado de la herencia musical que deja el vinilo, ni de la escucha activa que impone el vinilo frente a la escucha pasiva del resto de formatos. Ni del fetichismo de las portadas. Ni del eterno debate que abrió Rob Gordon en Alta Fidelidad: ¿Cómo ordenar una colección de vinilos? ¿Por géneros? ¿Por artistas? ¿Por orden alfabético? ¿Por orden cronológico? ¿Por orden de compra? ¿Por orden autobiográfico? Dices que vas a profundizar en una nueva sección dedicada al vinilo y ni siquiera has metido la puntita. ¡Qué desilusión!

Unknown dijo...

Iris, compañera, amiga, cómplice, fetichista vinilera, no se me inquiete usted, que responderé a esas (y a otras muchas preguntas) en futuros posts. Este es para ir calentando motores.
Por seguir con su atrevida -pero no por ello menos certera- figura erótico/musical, no puedo meter la puntita porque esto son, como mucho, los preliminares, o si usted lo prefiere por gustos personales, las miradas cómplices al final de la cena.

Ethos dijo...

Me gusta esta sección, y tu punto de vista sobre la escucha de música/compra de música/elección de formatos. Yo, que soy un pelín más jóven que los que escriben por aquí, cometí el ¿error? de comenzar a atesorar mi amada música en CD antes de que empezaran a desempolvar vinilos los en aquel momento recién llamados indies o modernos. Y confieso que me da un poco de rabia, pues es verdad que ese mismo acto que yo (con el mismo amor y el mismo gozo) realizo de coger el disco y ponerlo de arriba a abajo mientras manoseo el libreto y miro la portada, adquiere con el vinilo un poquito más de complicidad, como si la música fuese más tangible en él. Yo tengo la teoría de que esa diferencia se debe al menor tamaño y a la fría caja de plástico del CD, pero tampoco le doy muchas vueltas.
Si es música, yo siempre estaré de acuerdo.

Unknown dijo...

Me alegro de que te mole, Ethos. Creo que ya hemos hablado en otra ocasión de este tema, pero ando de acuerdo contigo: el coleccionismo es el coleccionismo. Y probablemente, tiene que ver con el corte generacional, como bien señalas. Si te mola el CD, la parte buena es que te saldrá más barato, tanto en equipamiento como en número de ejemplares ;)
Pero, como digo siempre, esto es una cuestión de parafilias.