10.9.12

Cine extremo francés #03: "Saint ange" (a.k.a. "El internado")

 
   El extraño enigma de Pascal Laugier, director. Su extraña posición ante una materialidad, la del mundo, que se impuso en su filmografía por la vía del exceso. Laugier construyó Saint ange a medio camino entre la TvMovie y la herencia del gótico, en la lógica postmoderna de un Maupassant pegándose la siesta un domingo en Antena 3. Laugier es quizá la promesa más sólida del horror francés, y quizá por eso, sus cintas se deben someter a un escrutinio exhaustivo, delicado. Todavía no sabemos si puede decir lo que es necesario decir o si, por el contrario, se desinflará de manera catastrófica durante la próxima década. En su nómina tiene una obra maestra casi indiscutible -Martyrs-, una película estrepitosamente mala -la que nos ocupa, Saint ange- y una cinta potente pero parcialmente fallida -The tall man. En ese tríptico ha generado un trazo quebrado y lleno de sugerencias que, a lo peor, es la cartografía de ese terreno a mitad de ninguna parte en el que se enquistan los estilos cinematográficos menores. La eterna canción de niño destinado a la fama que se quedó en la cuneta pegándole al pegamento-género. Porque si algo puede perder a nuestro director, es sin duda, su autoimpuesto peaje en las barreras del género.

   Creo, necesito creer que Laugier tiene la mirada y la experiencia del que puede llegar al fondo de las cosas. Me pregunto si tendrá el valor. Y para justificar semejantes afirmaciones me temo que apenas cuento con un par de herramientas que un critico nunca debería utilizar: mi intuición y las entrevistas que el propio Laugier ha concedido. Menos mal que yo no soy crítico. Me gusta leer las entrevistas de Laugier, leer con atención sus declaraciones abruptas, su manera de expresar una incredulidad sobre el mundo que desemboca en el horror. Leer, por ejemplo: "Además, en este mundo brutal, no veo la razón de hacer una película blanda. La sola idea de hacer una comedia romántica me resulta repugnante". Quizá, querido lector, amada lectriz, sólo hago trampas jugando al solitario de la cinefilia. Pero quiero decirlo, ya que estamos: en este mundo brutal no veo la razón de hacer una reflexión cinematográfica blanda.

     En cualquier caso, Saint ange, cinta cojitranca y fea, cinta rodada entre el aburrimiento y la intuición de que tras las imágenes se puede esconder otra cosa. Sería interesante saber cuántas veces se la tragó Bayona antes de rodar su famoso cuento gótico, su noble película que tiene al menos una escena -el cierre, nada menos- literalmente fotocopiada de la cinta francesa. Sería interesante pensar ese universo como la colección de apuntes, bocetos desquiciados y feos que Laugier necesitaba para llegar hasta el centro del pánico. No hay que culparle por rodar una mala película: en cada fotograma se puede notar el esfuerzo por decir algo más, aunque también el miedo por escribir ciertos frames. Saint ange tiene como mayor defecto ese desplegarse como una cinta en la que cualquier escena realmente peligrosa para el espectador está controlada y troquelada por las normas del género. Lo abrasivo, lo religioso, lo político, todo se parapeta tras una capa rancia y apolillada con olor a mal Henry James. Y el problema, como ya sabemos desde ciertos andenes de la postmodernidad coñazo, es que cualquier idiota puede parapetarse en el género y rodar a salto de mata.

      Y sin embargo, Laugier algo sabe de sus obsesiones, y ahí es sin duda donde Saint Ange se convierte en la promesa necesaria. La relación de amistad entre las dos mujeres atravesadas por la tragedia y situadas en el filo de su cine se convertirá en el núcleo de su obra. El pánico ante fuerzas que lo desgarran todo en nombre del conocimiento, el pánico ante una ciencia deshumanizada, la presencia de una ingeniería social capaz de generar un tormento de horror y caos sobre el cuerpo del inocente... Todo eso volverá en Martyrs, pero también, bajo otra forma mucho más sutil, en The tall man.

   Al contrario que otras figuras como Aja o Gens, puede que Laugier sea más que un corredor de fondo del horror. Tiene el poder de generar cartografías ideológicas complejas sin romper sus compromisos con cierto publico. La pregunta del millón de dólares, es, ¿Tendrá valor para llegar a ser un auteur, o se quedará por el camino?

3 comentarios:

Óscar dijo...

Buenas.

Vaya por delante que el tema del New French Extremity me parece tan oportunista y mal acotado –o acotado a partir de detalles gruesos y de bulto- como, en su momento, aquel canon de cineastas que se sacó de la manga Alan Jones bajo el epíteto de Splat Pack. Vaya por delante, también, que las tres películas que ha filmado Laugier hasta la fecha no me han gustado. Sin embargo, tu texto sí, por eso voy a intentar abandonar una visión a la contra para razonar todo esto.

Ante todo, creo que la fuerza motora de este cine de terror francés ha sido su querencia por repescar el cine de la crueldad de los 70’ (en sus vetas comercial y exploit) y actualizar ese compromiso estético de cierto cine europeo (el giallo, sí, pero también el poliziesco y los últimos bandazos del relato gótico) con la violencia. ¿Ejercicio posmoderno? Sí, porque abandera cierto relativismo moral en sus discursos y narraciones. Pero creo que este cine apela más a un fuerte sentido de oficio. Pongo un ejemplo: el dúo Bustillo&Maury, dos cineastas jóvenes cuyas raíces son el vídeo y las revistas de cine fantástico (que, añado, en Francia han sido importantísimas: midi-minuit, l’écran, mad movies, etc.), ruedan A l’interieur con el deseo de filmarlo todo, sin un límite establecido, hasta alcanzar una violencia que pierde cualquier recurso metafórico para definir literalmente una realidad (una mujer, que no sabe cómo o no puede quedarse embarazada, le quita, literalmente le arranca, el hijo recién nacido a otra). Obviamente, este detalle no restringe las lecturas de la película. Pero sí da una idea de la importancia básica que tiene la ecuación puesta en escena – violencia – narración. Para ambos, de alguna manera, esa primera película representa la posibilidad de describir en imágenes, de fortalecer cada escena probando diferentes soluciones formales. Sí, hacen lo quieren (me pregunto si cuando uno “hace lo que quiere” es un autor”), pero el interés está en la forma de lo narrado. De hecho, su giro hacia el relato gótico giallesco de Livide es una manera de acercarse, con nuevas herramientas formales, a los relatos precursores de toda esta burbuja de terror; es como exaltar una serie de narraciones que el gusto (o el aire del tiempo) nos dice que ya no tienen lugar en esta iconosfera. Así, se da esa extraña contradicción entre el oficio de narrar y el interés, casi teórico, por revisar la estabilidad de los subgéneros de nuestra educación sentimental. Bien, apunto esta como mi hipótesis de cómo entender el cine de terror francés.

Con Laugier (me) sucede que siempre denota la ansiedad de la referencia. Cuando habla de Martyrs, no duda en mentar a Bataille y a Foucault (me pregunto, dicho sea, si ambos, que poco o nada dijeron del cine, pueden ser aplicables a una teoría de la imagen violenta), incluso a Zulawski, como paradigmas intelectuales para digerir Martyrs. Antes, con Saint Ange, reivindicaba como clave estética el “menos es más” del relato gótico (hablando de paralelismos, hay un plano con los niños fantasma de su película que me recuerda al de El más allá, de Fulci). No voy a buscar apelaciones a la autoridad, creo que el problema de Laugier es la forma. Cuando uno ve el arranque de Martyrs, que sí mantiene una tensión entre lo que narra y las implicaciones psicológicas que plantea (se toma su tiempo para presentar a la familia y buscar la conexión con el espectador), no puede explicarse los volantazos que dará a continuación hasta su apuesta por tratar el tema de la trascendencia (por otro lado, un tema cuyo calado acaba siendo subrayado más en lo visual que en lo discursivo; plano del ojo en contraposición a la perorata de la Madame).

Óscar dijo...

(continúo)

La sensación es que a Laugier le sucede como, en un ejemplo más interesante, al remake de La última casa a la izquierda: siempre está instalado en la duda de cómo afrontar y resolver determinadas situaciones: unas veces a lo Haneke, otras a lo Noe, otras de forma paródica. Pero la (expresión gráfica de) violencia nunca mantiene una posición firme, coherente y consistente. Esta inconsistencia, que para mí es el problema de su cine, me lleva a pensar hasta qué punto su discurso puede emparentarse con la coherencia casi suicida de cineastas como Zulawski o de autores como Bataille. En cierto modo, The Tall Man debería desempatar esta duda, pero creo que todavía ahonda más en ella: Laugier demuestra que puede conducir al espectador por donde quiere (cada vez que altera la percepción del relato), pero al final del camino solo nos quedan elementos de un drama en el que la excusa del género ha distraído/relajado la carga moral(ista) de su discurso. Por decirlo de una forma más sencilla: Laugier (como Bayona, por ejemplo) hace cine de género para gente que detesta el cine de género. Y se ampara en la referencia o el tema de calado (porque, hasta en Saint Ange, el punto central de sus historias siempre es grave) para construir su violencia. Justo al contrario que cineastas como los dos antes mentados o, por qué no, Alexandre Aja, cuyo estilo inspira la reflexión, y no al revés.

Si hay un elemento para el análisis moral que el último cine de terror ha proporcionado es, precisamente, el del uso de la violencia. Cuando uno ve un filme como Piraña 3-D y llega al centro de gravedad de la película, la fiesta playera que acaba en masacre, en lo primero que piensa es en el componente lúdico de la escena. Saw y sus variaciones nos han acostumbrado a esperar de la violencia un barroquismo visual que, desde luego, no anestesia su lectura moral. Cuando Aja dedica tanto tiempo a la masacre, llega un punto en el que nuestro yo espectador desconecta el aspecto lúdico y comienza a perfilar los detalles, como si se tratase de un corte de digestión. Ese efecto disruptor, no lo voy a descubrir, es el más preciado capital moral del terror contemporáneo; el momento en que reparamos en lo narrado, como si corriésemos una cortina para ver qué se oculta detrás. Pero es un efecto de puesta en escena, no una búsqueda moral consciente (porque la mayoría son productos nacidos bajo una coyuntura comercial que desdeña todo interés por un discurso bien articulado; este último punto lo ponemos los espectadores interesados en el material o con cierta mirada inquieta). Es, en definitiva, un efecto derivado de trabajar, de probar y aglutinar cada vez más soluciones visuales (como cuando a Fulci, porque sí o por el goce del esteta de horror de serie B, le daba por reventar los globos oculares de sus actores en cada película).

Cada vez que veo una película como La matanza de Texas, lo que me inquieta son detalles como las víctimas colgadas de un gancho (¿Se romperá y destrozará aún más sus cuerpos? todavía parece que conservan su vida) o la alucinante carrera campo a través de la protagonista. Son puras emociones, prácticamente descosidas de cualquier atisbo de trama, nudo o desenlace. Y esa violencia instintiva es, pienso, lo que muchos cineastas franceses han buscado incorporar en sus obras; preguntarse, como el Argento de Tenebre, si puede dar miedo un asesinato a plena luz del día. Creo que eso es lo que define a esta clase de cine, que todavía se preguntan hasta qué punto pueden funcionar según qué cosas o si tal o cual detalle conserva la eficacia de antaño. En el fondo, se trata de un cine que intelectualizamos, pero cuyo éxito radica en su sabiduría visual para destilar todo el goce violento y sádico del cine de una época moralmente más turbia (porque, ahora, un género como el rape and revenge apenas se sostiene; como tampoco los exploits eróticos del nazismo, por citar dos ejemplos de cierta complejidad moral).

Óscar dijo...

(y concluyo, que me he pasado de caracteres permitidos)

Lo más seguro es que, a pesar de lo que prometía al principio de la intervención, no haya podido disimular mi poca satisfacción con el cine de Laugier. Pero me disgusta en especial que una relectura del hombre del saco acabe en una especie de fábula sobre las clases sociales; o que la ejecución de una venganza se desborde tras la irrupción de una secta que ansía la revelación trascendente. La belleza de cierto cine de terror está, precisamente, en su carácter amorfo y atropellado, en el que parece que nunca sepas dónde acabará algo. A veces, de tan enloquecido y feo, acaba siendo un auténtico conte cruel, cuyas imágenes escabrosas son tanto o más perturbadoras cuanto menos las ha subrayado el discurso. Y ahí es donde empieza la evaluación moral.

En cualquier caso, estos son apuntes pensados en caliente. La lectura que apuntas y la cuestión que genera dan para una discusión mucho más apasionante de lo que he podido decir en estas líneas.

Un abrazo,

Óscar