25.1.12

Su nombre era Theo Angelopoulos



   Con el país deshilvanado y el sufrimiento a flor de piel, arrastrando los pasos hacia ese penúltimo árbol al que ya se habían agarrado Alexander y Voula, no sé si lo recuerdas, aquellas tardes en las que éramos más que huérfanos y nos dolía el pulmón porque la penúltima mujer se había marchado -dolía de verdad, ahora es buen momento para confesarlo- y aquel jodido griego nos salvó la vida, aquel jodido griego de pronto encuadraba y era un milagro, y al regresar a casa arrastrando los pasos entre imbéciles que salían de fiesta con la camisa planchada a comerse el mundo, a regresar a casa arrastrando los pasos uno recordaba al niño albanés, la escena del funeral del niño albanés, La eternidad y un día, y entonces la vida nos daba una segunda oportunidad, una tercera, la vida era un plano secuencia, barcos que cruzaban la pantalla, Harvey Keitel lloraba y lloraba y nosotros llorábamos con él y entendíamos el cine como el arte definitivo, la experiencia definitiva, Dios te salve y te bendiga Theo Angelopoulos, dime dónde está tu féretro para ir a llorarte, dime dónde pago todo lo que te debo, que es mucho, casi todo, casi todo el cine y casi todo el amor y casi toda la Humanidad.

    Si el hombre -pongamos por caso- fuera valiente de verdad y no temiera arrodillarse ante el icono sagrado de la imágen, ante la dimensión escatológica total de la imágen, reconocer el valor que tiene un plano secuencia, el flujo de la vida de Kracauer, el extraño acontecer de la vida misma y la belleza total de una cinta, pongamos por caso, como Paisaje en la niebla. Si yo pudiera confesarte que lo que sé de mis orígenes -que, por lo demás, no es mucho- se lo debo a Theo Angelopoulos, o si acaso pudiera hablarte de esa rabia brutal que me entra al ver a las gallinas cluecas del cine social poniendo un huevo turbio y sintiéndose felices, y no poder gritarles: "¡Todo el cine político, toda la política del cine, era El viaje de los comediantes! Porque Angelopoulos rueda desde la piedad, desde la inmensa piedad, una piedad brutal, afilada y violenta que ustedes no entenderán nunca". Y no podrían, cómo podrían, en fin, la boda de El paso suspendido de la cigüeña, en fin, los primeros cinco minutos de Eleni que pongo una y otra y otra y otra vez en mis clases con la imposible necesidad de explicarme/explicar a mis alumnos la manera en la que debemos nuestra vida a la Historia misma, en la que somos Historia, esto es, texto.

    Esto es, nada.

    Pero yo quería decirte que regresaba a casa arrastrando los pies con los puños apretados en los años felices de la bicoca y el terrenito y la chavalada del ladrillo cargando con la cruz de Angelopoulos, sujetándola con las dos manos, una cruz que a veces era esperanza y a veces era un busto griego y releía, releía, releía el libro de Andrew Horton, el libro de Pere Alberó, y compré originales los packs de Intermedio y escribí esto, y esto, y más adalente también esto otro, pero apenas era suficiente porque los trenes seguían cargados de expatriados, y el mundo seguía rompiéndose, y los televisores decían que en Grecia los niños jugaban a los cócteles molotov, y los twitters decían que en España se tomaban las plazas y yo estaba encerrado en mi habitación, aferrado al pack de Intermedio, pensando: "Esto no servirá de nada, esto no servirá de nada, esto no servirá de nada", y de pronto dice un tweet, dice mi HTC, dice alguien en algún lugar: "Angelopoulos ha muerto", y yo pienso: "Es imposible", pienso es imposible es imposible mientras el tren avanza en dirección contraria, en la cafetería gente de traje opina sobre la subida de impuestos y hace power points con dominantes pastel, y yo pienso joder es imposible y luego pienso quién va a rodar la tercera parte de la trilogía y pienso tengo que escribir el obituario, pero qué obituario, si Angelopoulos ha muerto y Grecia está en la mierda y España está arruinada y yo dejé de fumar para volver a fumar para dejar de fumar y tengo miedo y estoy cansado y ahora quién rodará, quién rodará, quién rodará.

    Su nombre era Theo Angelopoulos. Fue un hombre valiente, arriesgado, y sabio. Su cine -como tantos otros- me salvó la vida ya entrados los veinte. Rodó el final de Paisaje en la niebla, rodó el funeral del niño albanés en La eternidad y un día, rodó La mirada de Ulises. En España, la crítica mayoritaria -encabezada por Carlos Boyero- lo despreció sistemáticamente. Casi ningún distribuidor hizo nada por traer su última cinta, pensaron que no daría dinero. Otros, al menos, lo intentaron, y ellos saben quiénes son y por qué hoy les recuerdo. Así que no me jodan ahora con sus tweets de homenaje y sus entradillas en las ediciones digitales de los periódicos. Que no me jodan los cinéfilos de tercera fila saliendo del armario y cantando las alabanzas de películas que no han visto. Que no empiece la feria, qué grande era, se va uno de los mejores, casi como Tarkovski. Que ocurra como con Domenec Font y el luto sea sincero, honrado, valiente, arriesgado y sabio. El luto de los amigos. El luto de los hombres rotos. El luto interminable.

2 comentarios:

Manuel dijo...

La pérdida de Theo Angelopulos justamente ahora es una fatalidad irreparable, se nos va una voz lúcida , una mirada compasiva y crítica, comprometida con su país, que tanto me recuerda al nuestro¡¡¡¡
Muchas veces me he preguntado qué diría ahora Theo de esta vieja Europa nuestra y de Grecia amada.
Suscribo tu emocionado comentario y me he permitido poner tu enlace en mi muro del Face.
También tengo toda su obra publicada...y la música de Eleni ....Terrible noticia.

Lluís Bosch dijo...

Descubrí a Theo hace algunos años, en un cine pequeño de Barcelona (el Maldá). Alli vi "La mirada de Ulises", una peli que como pocas se te queda en la memoria para siempre. Allí aprendí a mirar con otros ojos el paisaje y naturalmente la mirada de Keitel. Es una declaración de amor por el cine como pocas habré visto.