Las nanas de las tarántulas, esto es, los cantos de réquiem para la Filmoteca de Caja de España en Valladolid.
Ustedes quieren culpables, nosotros queremos culpables, las tarántulas quieren cigala y mantelito limpio para comer opíparamente y pasarle las facturas al lumpen-cinéfilo, que es manifiestamente imbécil, escribe artículos y libros sin cobrar, pretende educar a los demás en el uso y costumbre de la imágen, y para colmo, igual hasta les vota. Es manifiestamente imbécil porque se dedicó al cine, al placer del cine, ya ves tú, cuando lo suyo era dedicarse al trinque, a llevárselo crudo, al tráfico de influencias, a la edificación y al visiteo de señoritas de alto vuelto. Qué imbéciles, cambiar a una rumana de 19 con pechos operados por el fantasma total de Rita Hayworth proyectado en pantalla grande.
Las tarántulas nos han herido de muerte, y ponen sus huevos en el interior oscuro y muerto como el útero de la madre de Norman Bates mientras emiten sus terroríficas carcajadas. Las tarántulas están pariendo niños muertos que no se matricularán jamás en el Máster de la Cátedra de la Cinematografía de la Universidad de Valladolid, y por lo tanto, nunca aprenderán a pensar el cine. Y por lo tanto, seguirán muertos, o en una vigilia hermética que apesta a cigala, a cava, a urdangarinazo o similar. Niñas, al salón, que los hijos de las tarántulas están erectos y quieren carne fresca.
No es simplemente que duela. El pueblo lo diría mucho mejor que yo, porque apretaría los puños y sentenciaría: es una puta vergüenza. Pero el pueblo tiene suficiente con seguir siendo pueblo, y yo tengo suficiente con seguir siendo pobre pero escritor de cine, escritor como todos los otros ídolos pobres y brillantísimos que escuché en el Máster de Valladolid, hombres y mujeres que disparaban a matar y que se jodían el Agosto para hablarnos de cine a los estudiantes de la cosa: Jesús González Requena, Jordi Costa, Pérez Perucha, Antonio Santos, Carlos F. Heredero, Antonio Santamaría, Jose María Ródenas (que nos dejó hace apenas un par de años y todavía no le he escrito el obituario, manda huevos)... y hoy muy especialmente, Luis Martín Arias.
Yo quería escribir de cine. En la Filmoteca de Caja España y en las palabras de nuestros profesores yo encontraba el motivo único para no dedicarme a otra cosa. Yo quería escribir de cine porque aquellos hombres hablaban, y porque aquellas películas hablaban, y porque siempre soñaba que un libro como En los orígenes del cine podía inundar de luz y cegar todos los miedos. Me equivocaba. Luis Martín Arias lleva luchando contra las tarántulas sin descanso durante décadas -contra tarántulas feminazis, contra tarántulas hipócritas, contra tarántulas científicas, contra tarántulas estúpidas y envidiosas que le siguen los pasos-, hasta que hoy se le han colado en la filmoteca que él y Pedro Sáinz Guerra mantenían con todas sus fuerzas. En nuestra filmoteca, la que tanto hemos amado y la que tanto significa para los niños tristes que querían escribir sobre cine.
Es una historia triste. No hay moraleja. No hay un final feliz.
Y sin embargo, hay algo que las tarántulas no saben. Nosotros, los que quedamos a este lado de la trinchera, vamos a escribir la leyenda. Nuestra obligación, nuestra tarea, es escribir la leyenda.
4 comentarios:
Otro hijo de los agostos infernales, de los que guardo algunos amigos y momentos épicos entre risas y platos combinados.
Es que somos una generación. 50 años formando a teóricos del cine son muchos años, y parece que en este puto país en vez de cuidar las cosas importantes las tiramos por la borda.
Manda huevos.
Parece que ese es el signo de los tiempos que nos ha tocado vivir. Me parece una buena conclusión eso de escribir la leyenda, más que nada para que quede algo. Y para que cuando nuestros hijos nos pregunten "y tu qué hiciste" podamos decir que, por lo menos, nos pusimos a escribir.
Lluis, se lo he robado a John Ford, al hilo de Liberty Valance: "Cuando la leyenda supere a la realidad, publica la leyenda". Y si, es lo que podemos/debemos hacer.
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