25.9.11

"El árbol de la vida": Esto no es una crítica


   Creo que podría aportar poco, o casi nada, a lo que ya se ha dicho durante las últimas semanas sobre la última cinta de Terrence Malick. Se ha discutido con tanta fuerza, con tanta pasión, con tanta rabia y con tanta esperanza que uno intuye que el momento de la crítica ya ha terminado. Ahora, en unos meses, llegará el momento del reposo, del análisis, el momento en el que los académicos deberán (deberemos) comenzar a aplicar metodologías más complejas para pensar el texto, aceptar sus contradicciones, sus trampas, sus abismos.
    Pero.
    Pero eso no significa que me prive de poner unas líneas cómplices y posicionarme -como todos- en el debate sobre la cinta, aunque sea simplemente para repetir lo que ya se ha dicho o para compartir lo que uno ha sentido. En primer lugar, una intuición: Malick ha convertido en polvo el inmenso grueso de las películas que uno ha visto en los últimos dos años. De hecho, no recuerdo haber sentido nada similar en una sala de cine desde Anticristo. Y me refiero a sentir en toda la expresión del término: a dudar, a completar, a deslizarme. En el fondo ambas películas forman las dos caras de la misma moneda: la reescritura del Génesis, pero desde perspectivas opuestas. Von Trier propone una naturaleza loca en la que no hay función simbólica, y Malick opone a la locura de lo real una voluntad teológica total. Definitiva. En ambos casos, hay un uso del Génesis confuso, y en ambos casos, se desemboca en una epifanía incómoda que perturba al espectador. Los significados son caprichosos, todo se sugiere, todo se construye más allá de la evidencia icónica, más allá de la arrasadora potencia visual de las imágenes.
    Ahora bien, una duda. ¿Por qué un cierto sector del público parece rechazar la cinta de Malick ante su poder espiritual? Para unos, sin duda, la cinta es demasiado poco concisa en términos religiosos, problematiza, implica una teodicea que no cuadra demasiado con lo que se pregona en las lineas dominantes cristianas, al menos a nivel Institucional. La cinta, en este sentido, no es complicada y habla con toda claridad: "¿Por qué debemos ser buenos si Tú no lo eres?". Pueden decir que es una pregunta naïf, la pregunta de un niño que descubre la maldad. Pero sigue siendo la base última de toda la reflexión ética (religiosa, y me temo que también no religiosa) en los últimos tiempos.
    Para otros, El árbol de la vida se acerca demasiado a lo que consideran supercherías, fantasías, cuentos de viejas sobre esa idea llamada Dios, idea que han dado por superada, zanjada y cerrada con un alegre gesto de autocomplacencia. Paradójica mirada que demuestra la paradójica -y estúpida- posición de esos europeos que reniegan de su tradición pero que se fingen extasiados ante las maravillas de la revelación exótica de turno, ante la vida contemplativa y el multiculturalismo de salón. El mejor ejemplo son todos esos que desprecian a Malick pero corrieron a celebrar Uncle boonmee recuerda sus vidas pasadas en nombre de una supuesta espiritualidad lejana y verdadera. Paradójico, queda dicho. E incluso, quizá, un pelín hipócrita.
    Todos los interesados en problemas estéticos sabemos que la categoría de lo sublime está a un paso de la categoría de lo ridículo. Malick fracasa en algunos momentos, por supuesto, se descontrola y provoca una extraña sensación de malestar por la inmensa seriedad con la que maneja materiales que a veces parecen incluso chapuceros: ¿hay acaso algo más trillado que la historia de amor utópica, tontiloca y floreada entre el hermano y la jovencísima compañera que se recoge el pelo? Puro telefilm, sin duda. Malick sonroja, se equivoca, trastabilla. Lo mismo podría decirse del descaro con el que juega las cartas del Edipo, o de ciertas frases pronunciadas por las voces en off. El árbol de la vida no es una película perfecta. De hecho, ofrece soluciones manifiestamente insuficientes ante la osadía de intentar contarlo todo.
   Pero.
   Pero es que tiene la osadía de intentar contarlo todo. Lo pretende. Se arroja con todas sus fuerzas. Resiste todas las tentaciones de autocontrol, todas las voces que le habrán intentado frenar, todos los límites. Malick quiere agotar la Humanidad en una cinta entera... ¿como no iba a equivocarse? Y al mismo tiempo, ¿no debería ser la última voluntad de un verdadero artista? ¿No pretendían eso mismo los hipercitados Tarkovsky, Bergman, el propio von Trier, Kieslowski? ¿Y no fueron acaso Sacrificio, El séptimo sello, Anticristo y La doble vida de Verónica películas que también trastabilleaban, se equivocaban en algún momento, tenían un ligero hueco por el que se introducía lo ridículo? Es el precio de lo sublime. Es el precio de querer ser espiritual en un medio expresivo necesariamente físico. Pero es lo más arriesgado y hermoso que puede intentar el ser humano. Hablar. Hablar -contra los discípulos del peor Lacan y de cierto Wittgenstein- de lo real. Hablar de lo inefable.
   Por lo demás, no pretendo convencer a nadie. Demasiados han intentado convencerme ya en contra de Malick y la película ha barrido todos sus argumentos. Quizá para algunos el problema de Dios es algo que las sociedades postmodernas han solucionado y ahora podemos pasar tranquilamente a otras cosas más políticamente correctas como los benditos cultural studies. Pero para mí -y para una cierta parte de los espectadores de El árbol de la vida- la búsqueda de Dios, en sus contradicciones, en sus problemas, contra las voces dominantes que lo quieren convertir en una Marca Registrada Política e Institucional, es la tarea última de toda una vida. Mi vida.

4 comentarios:

Ethos dijo...

Creo que deberíamos volver a reescribir la definición de Dios.

Anónimo dijo...

No he visto aun la película, pero he leído muchas críticas sobre ella y creo que esta tuya ha sido la que me ha animado a verla en breve.
Ser bueno cuando el otro no lo es, como señalas, me parece suficiente argumento como gran dilema moral actual, y posiblemente de toda época. No hace falta "reescribir" nada, sino contestar a la pregunta.
A ver si la contesta Malick

Ethos dijo...

Estamos de acuerdo. Mi sugerencia iba como cosa accesoria: "si nos queda tiempo, deberíamos..."

manipulador de alimentos dijo...

El Dios de Malick es el de Spinoza: la naturaleza. Un saludo!!!