Un parpadeo. Una polaroid movida. Ese segundo de silencio hace ya algunos años cuando cerraste los ojos con rabia en aquel vagón de metro y te juraste que jamás volverías a amarla. Unas noches después, otro cuerpo desnudo, atravesar las calles recién inauguradas a la primavera con el traje lleno de sensuales líquidos y pensar que le futuro te pertenecía. Resurrección, catarsis, habitaciones pobladas de secretos, dulces recuerdos que se amamantan con la sangre de los amigos. Todo eso está encerrado en el primer disco de Oso Leone. De la revolución a la sensualidad, de la declaración de guerra a la tristeza postcoito.
Mi generación jamás tendrá un zeitgeist, ni un himno, ni saldrá viva de este mundo. Mi generación está condenada a ser un erial populachero llena de malos músicos y espectáculos revival. Mi generación es culpable porque se arrojó con los brazos abierto a los peores vertederos de la música popular, esos en los que moscas iletradas se alimentan de tetas operadas, cantantes latinos recién salidos del armario y niños llorones que fingen pose andalú y olé. Eso lo sabe todo el mundo, porque todas las generaciones son iguales, y desde hace treinta años toda la música masiva es mediocre, o casi. Los músicos de verdad son francotiradores, gente peligrosa, libélulas en llamas que se dejan la pasta y el sudor sabiéndose exiliados desde el minuto uno. Los músicos de verdad son heraldos de dioses mendicantes que han olvidado su propio nombre y pelean con todas sus ganas una nota a pie de página, un hueco en el Ipod de la niña guapa -y triste- de turno. Los músicos de verdad tienen un par de huevos y son eternos. Oso Leone son músicos de verdad.
Lo que quiero decir es que si no vas a tomarte tu tiempo, si no tienes fantasmas que conjurar y no te apetece dedicarle un par de noches de insomnio, mejor ni lo intentes con temas como Falcó o Lovebird. Algunos discos no están pensados para escuchas de compromiso ni para utilizar el flashforward. Quizá ni siquiera están pensados para ser escuchados de día, y todo lo que encierran es nocturnidad, lubricidad, labios, ropa interior exquisitamente despojada, rincones indescifrables, experiencias furtivas. Necesitamos discos que permanezcan, que entablen debates, discos que sean un todo conceptual y totémico, no un puñado de canciones hiladas de cualquier manera. Necesitamos discos que respeten el tiempo de los instrumentos, que no se deshilvanen en trucos baratos, que no intenten violar a los relojes colocándoles un cuchillo en forma de sample en la garganta.
Necesitamos discos extremos, que se atrevan a sugerir un camino en sombras y lo sigan. Como el último disco de “Oso Leone”. Necesitamos discos que sean literatura –ahora mismo, por ejemplo, escucho “Trivial” y me gustaría pasar la noche escribiendo, cigarrillo tras cigarrillo-, discos que nos permitan olvidar -ay- la fuerza de los rebuznos en los chiringuitos, la generación-sin-zeitgeist, los bestsellers y toda esa mierda pseudocultural de la que pienso hablar en próximas entradas.
Háganme caso. Llévense el último disco de "Oso leone" a la playa y escúchenlo sin prisas y en estricta soledad al caer la noche. Les garantizo un dulce, honesto y exquisito escalofrío.
2 comentarios:
"Los músicos de verdad son francotiradores, gente peligrosa, libélulas en llamas que se dejan la pasta y el sudor sabiéndose exiliados desde el minuto uno." Cuasntísima razón tienes, Aaron.
Huelga decir que escucharé el disco. Y huelga decir que bajo tus condiciones.
http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/
El placer de las amistades peligrosas, De Laclos
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