Los arqueólogos, los historiadores, los detectives privados de la imágen audiovisual lo sabemos: las cosas están cambiando. Las audiencias, los espectadores, las voluntades y los discursos fílmicos se han convertido en extraños mutantes, híbridos, alienígenas ideológicos bastardos que hablan idiomas extrañísimos. André Bazin disparó en la sien de los estudios audiovisuales cuando, al final de su Ontología, señaló: "Por otra parte, el cine es un lenguaje". Su profecía sólo se cumplió realmente en el momento en el que nuestros alumnos comenzaron a grabar sus videos, a editarlos con sus smartphones y a colgarlos en youtube casi a tiempo real.
Frente a esto, uno intuye tres corrientes mayoritarias en la crítica. La primera es una vieja nostálgica horrorizada que piensa que el cine terminó en los cincuenta y que desde Billy Wilder apenas se ha rodado nada interesante. La segunda es una vieja revolucionada horrorizada que piensa que el cine terminó en la Nouvelle Vague y que desde Godard apenas se ha rodado nada interesante. La tercera pertenece a su tiempo y se parapeta tras blogs, Vlogs, revistas on-line y fanzines 2.0. Todavía balbucea, pero no tardará en reivindicar como textos mayores de la cultura popular la filmografía de Zack Snyder, los discos de Crystal Castles o la última entrega del Final Fantasy.
Scott Pilgrim pertence a una nueva generación de cinéfilos. Eso hará que muchos la desprecien, la infravaloren y la aparten como una gamberrada estúpida. Sin embargo, es un texto absolutamente postmoderno -en el sentido más estricto de la palabra- que saquea con total tranquilidad todos los cementerios culturales de la segunda mitad del XX: la cultura punk, el techno japonés, el folletín romántico, las máquinas de bailar y las tiras gráficas.
Antes hablaba de la crítica. Ahora hablo del mundo postadolescente postmoderno. Siempre hubo dos clases: los chicos/as guapos/as que visten camisas blancas y trajecitos elegantes en el MoMa-Madrid, exquisitamente bronceados y fascinados con la última náusea de Amaia Montero. Hacen botellón con alegría de viernes noche y sueñan con heredar la empresa de papá o el despachito en la Castellana, conducir un Mini y convertir sus vidas sexuales en una mezcla de Médico de Familia y Sexo en Nueva York.
Luego están los otros. Los que viven en el límite. Los que visitan 4chan, se descargan discos de grupos impronunciables, llevan jugando al Zelda o al WoW desde hace años y ya saben que los simulacros de la España postmo (la política, las metodologías activas, la comunicación, Amar en tiempos revueltos) son una puta mierda. Son los hijos aventajados de Juego de Tronos, los ideológos del futuro, la legión famélica que sabe que hay más verdad en su personaje del WoW que en la televisión o en los periódicos, francotiradores vestidos de negro adictos a Pokémon. Y no están solos. Son una legión silenciosa de autonombrados friquis que saben que llevar camisa blanca de marca es ser un hortera o parte del sistema. Su sistema es 2.0 y cuesta dos manás rojos y uno incoloro. Scott Pilgrim podía ser parte de su bandera, como podría serlo también Kick Ass o la Ultraviolencia de Noguera. Son hermosos, son jóvenes, están malditos -algunos son malkavian- y se ríen entre dientes de los hipotéticos líderes políticos y de opinión. ¿Por qué no habrían de tener su cine? ¿Por qué no habría que saludar cintas como Amanecer de los muertos, Watchmen, Orígen o Juno como sus nuevos evangelios? ¿No es la saga Silent Hill un profundo tratado de sociología virtual?
Larga vida a Scott Pilgrim y a sus acólitos. Hay que prenderle fuego a las catedrales de Andy & Lucas, recordar que Ricky Martin antes iba de hetero hasta que su cuenta bancaria se puso en números rojos, poner en letras bien grandes que Vale Music son sinónimo de analfabetismo y vulgaridad. Scott Pilgrim, jóvenes acólitos, nínfulas góticas, lectores de cómics, la Nueva Crítica os saluda y celebra, en fin, que tengáis un par de huevos.
3 comentarios:
Aunque es evidente que la clasificación de la juventud en dos únicos grupos se arriesga siempre a un reduccionismo injusto, a grandes rasgos sí que se podría tomar como tal. Y aunque a grandes rasgos esté de acuerdo contigo, yo no defendería tan drásticamente el modo de vida de "los frikis". Soy consciente de que de tener que entrar yo en una de las dos clasificacones estaría en la de los frikis (nunca jugué al WoW, ni fui muy aficionado a los comics, pero me pasé el Ocarina of Time, fui un gran entrenador Pokémon y tengo el DVD de Juno en una vitrina (figuradamente)), pero muchas veces esta gente no se preocupa por la vida real más que lo estrictamente necesario, con su mundo tienen más que suficiente para ser felices. Es cierto que son mentes más vivas pero en la mayoría de los casos están desaprovechadas. Y sé de lo que hablo.
Supongo que en el grupo de los frikis, como en todo, hay de todo.
En efecto, Ethos, llevas toda la razón y yo soy el primero que asume que el tajo que realizo en los postadolescentes es aleatorio, maniqueo e insuficiente -igual que el tajo que realizo en torno a los críticos de cine. Es más bien un juego literario que una verdadera propuesta sociológica, lo podríamos dejar como el negro y el blanco en el que hay, por supuesto, infinitos grados de grises.
Me gusta que te hayas metido en el fregado al utilizar la expresión "vida real", ya que ahí está una de las claves. Definir lo que es la "vida real" nos llevaría mucho tiempo, y no nos pondríamos de acuerdo. Además, cada colectivo se apropia de esa expresión alegremente: para algunos, la "vida real" es estudiar mucho y conseguirse un curro. Para otros es irse al tercer/cuarto mundo a ayudar a los demás. Para otros, la "vida real" es lo que ocurre los fines de semana o a la salida del trabajo... Habría mucho que discutir.
Agradezco tu comentario, sobre todo por la pátina crítica. A grandes rasgos, estamos de acuerdo. ¡Pero hay que reivindicar la diferencia siempre!
Ya analicé esto en mi blog, y llegué a la conclusión de que el vil metal está detrás de todo esto. Son(mos) consumidores en potencia, y eso le gusta al capitalismo en general.
También puede ser debido a que los pioneros en esto (para mi esto de los frikis no es mas que el producto de una sociedad tan acomodada que no sabe lo que hacer. Ojo, que no es malo ni bueno) aquellos que de jóvenes vieron Star Wars en los cines (si, cuando la saga era buena) y se jugaba a simuladores de rol en hipertexto a través de conexión a Internet vía telefónica están en la edad de hacer cosas, y así vienen no sólo estas películas sino delicias como Big Bang Theory o Zombieland, pero lanzadas desde la plataforma de prime time y no rodada con cuatro dólares desde los estudios de la Troma.
Sea como sea, creo que esta subcultura (quizás contracultura en muchos aspectos), para no perder su identidad, no debe de ser absorvida por el mainstream. Y creo que es lo poco que digo categóricamente.
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