19.7.11

Sobre "Flujos de la melancolía" de Carlos Losilla



La letra duele. Es la primera lección que aprende todo amante del cine. La letra duele porque impacta dentro -en un espacio de recuerdos inconfesables, ya sea en un blog o en un libro-, y porque es efímera, porque pasa, porque nos sentimos viejos (¿melancólicos?) al saber que la letra nos supera y, al contrario que nosotros, es inmortal. La primera vez que terminé de ver las Histoire(s) -Yo fui ese hombre, susurra Godard y el universo estalla-, me atravesó una sensación de lejanía, de pequeñez, de duelo. Nunca más volvería a recibir ese don por primera vez, nunca más regresaría con los ojos inocentes a ese desgarro de mujeres hermosas (Belleza Fatal), campos de concentración, signos, rostros, verdad. El Godard tramposo y bufonesco siempre me gustó menos, pero el Godard melancólico y desesperado, reflexivo y sabio como un buda de infinitas máscaras me parece una de las cimas definitivas del séptimo arte.


De ahí al libro de Losilla, es decir, de ahí al dolor de la letra.


Uno tiene la intuición de que en España a veces da apuro agradecer los textos. Felicitar, dar palmaditas en la espalda, servir vino español, decir aquello de: "A ver si te mando algo que estoy escribiendo, que te va a interesar", eso lo hacemos mucho. Dar las gracias es otra cosa. Dar las gracias equivale a la humildad y al descubrimiento del esfuerzo del otro. Hablar en términos personales del esfuerzo del otro. Yo podría coger ahora mismo el libro de Losilla y ponerlo sobre la mesa para decir, simple y llanamente: "Este libro es importante. Este libro dice cosas importantes". Y eso sería justo. Pero se puede ir más lejos. Se puede mencionar la sensación de vértigo y de quemadura -sobre todo en la primera parte, la dedicada las Histoire(s)-, del placer de sentirse íntimamente enganchado, seducido, envenenado.


No sé si decir que la lectura de Losilla demuestra que la tan manida Nueva Cinefilia y la reflexión de altos vuelos pueden ir cogidas de la mano. No lo sé, porque en realidad esto -debo confersarlo- no me ha parecido Nueva Cinefilia ni libro de escuelita de moda. Creo que camina en otra dirección, en una dirección diametralmente opuesta. Los mutantes de Rosenbaum se congratulan de encontrarse on-line y ejercen un onanismo interesante pero insuficiente. Losilla está demacradamente solo con los textos, no es un mutante sino un humanista paulino, gótico, romántico, hasta el punto de leer a David Lynch con brújula de Poe, de Baudaleaire, perdiéndose en el hotel de INLAND EMPIRE con un hilo de Ariadna del siglo XIX. Habla de flujos, derivas, nuevos lenguajes, pero uno intuye a un hombre que sigue atado al mástil de la literatura y que la llevará clavada en la frente como una cruz mesiánica o un sainete popular.


Por lo demás, ahí están el dios-araña bergmaniano y el ángel de Benjamin, el Berlín de la Topografía del Terror y las islas antropófagas de Antonioni. Ahí está -uno lo intuye, lo quiere descubrir, lo niega rotundamente- la carta de amor a la Madeleine de Hitchcock que uno ha escrito ya de millones de maneras distintas. Ahí están las Histoire(s), es decir, ahí está el rumor que atraviesa las salas de cine, los periódicos, los burdeles, las carreteras, los niños pobres de provincias que sueñan con ser directores de cine, los gafapastas, los mártires, los hornos crematorios, mis mentiras, tus mentiras, el infinito. La nada. Nadie puede vivir mirando a la muerte sabiendo que camina hacia la nada, decía Bergman en El séptimo sello, y Godard/Losilla transmiten, mezclan, proponen pedazos de filosofías e intuciones ya casi olvidadas para obturar la melancólica herida, la melancólica pasión, el melancólico y sucio vicio de encerrarse en una sala de cine.


No me hubiera gustado escribir una reseña. Me hubiera gustado, quizá, que el libro de Losilla se hubiera extendido otras cien, doscientas, trescientas páginas, que hubiera seguido hablándome de Borges, que hubiera analizado mis heridas propias de las Histoire(s) -lo confieso aquí: 2b [Fatale Beauté], pero sobre todo 3A [La monnaie de l´absolu]- y que la danza de la muerte melancólica no hubiera acabado nunca. Sin embargo, como todos los textos, el de Losilla también termina y en sus márgenes, en su despedida, se pliega un cuerpo y un adiós melancólico que remite, hay, a otros textos, a otros metatextos... a otras vidas. Es la maldición de Genette, ay, y la maldición de las Histoirie(s).



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