"Are you OK? You´ve been shot in the head and I´m holding your brains, the old woman said. So I drink in the shadows of an evening sky, see nothing at all"
(David Bowie, Seven years in the Tibet)
(David Bowie, Seven years in the Tibet)
La postmodernidad envidia siniestramente a sus monstruos. Está enamorada de ellos, les escribe largas y profundas cartas de amor mientras derrama lágrimas de sangre. Les escucha hablar en los balcones del tercer mundo, recién llegados del cáncer, les ofrece la carne blanquísima de sus hijas para que las violen en los descampados y las barriadas underground. El cine protofascista -lo sabemos desde Kracauer- es siempre la fascinación por el monstruo, el susurro por el psicópata, el baile descabellado con Caligari dejándonos los labios y los dientes en un beso sucio y húmedo.
Creo que Rob Zombie, muy a su pesar, es un buen cineasta. Me gusta paladear las palabras con cuidado: muy a su pesar. Se empeña en intentar convencernos de que sus películas son una inmensa broma, una bufonada postmoderna, un juego a medio camino entre los Hermanos Marx y los asesinos de las niñas de Alcasser. Pero no es cierto. Si lo fuera, no hubiera rodado con escalofriante precisión los últimos cinco minutos de Los renegados del diablo, mimando cada plano, estudiando meticulosamente el ritmo, enamorándose de su propia imágen. Si lo fuera, ciertas escenas -el asalto al prostíbulo- no estarían preñadas de una inmensísima poesía decadente, una melancolía incurable, la confesión a media luz de los pecados más hermosos del mundo. Zombie a veces asfixia sus propias carcajadas y se descubre frente al espejo como un payaso desolado incapaz de mantener sus propios chistes.
Los renegados del diablo es una película incomprensiblemente hermosa. Nada que ver con su -decepcionante- La casa de los mil cadáveres. Aquí el celuloide huele al primer Wes Craven, pero también a Easy Rider o a la Fat City de John Houston. Llega mucho más lejos que otras pseudo-bufonadas supuestamente herederas de la exploitation, mucho más lejos que Planet Terror o que el remake de La última casa a la izquierda. Es una cinta religiosa y desquiciada como la extrema unción de un asesino en serie. Una cinta sobre mártires, sobre la tortura, sobre la piedad, la iluminación, la redención y el castigo.
La única manera de entender las tremendas posibilidades de Los renegados del diablo es entendiendo con claridad su más íntima naturaleza: la de un palpitante trozo de poesía fascista. Poesía de la exterminación y la humillación, sugerentemente cercana y motivadora, poesía para niños díscolos que han soñado con entrar en los institutos disparando en la cabeza de sus compañeros. Poesía para los cadáveres del futuro, y también para los verdugos, los camisas negras on-line y los maoístas de cuño 2.0. Más allá de la mirada del Rob Zombie que no puede evitar ser poeta queda una materia adiposa de tópicos sobre los serial killers (el motel, Texas, los cadáveres apilados en la nevera) mucho menos interesante. Lo que funciona es otra cosa.
Lo que funciona es el crímen. El castigo. Dostoievsky encerrado en el orgasmo espasmódico de una gothic lolita.
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