Yo, como tantos otros. Yo, desmemoriado, y sin embargo, profundamente aquejado de la enfermedad/Magdalena de Proust, de la enfermedad/fotografía de Proust, yo siempre perseguido por Antoine Doinel, siempre regresando a Antoine Doinel, siempre escribiéndole larguísimas cartas en el filo de todas las madrugadas del mundo sin recibir respuesta, acuse de recibo, algo.
Doinel me encontró -como a tantos otros- casi por sorpresa. Con quince años, por ejemplo, quería ser Peter Pan y leía mucho a Barrie, a Kafka y a Luis García Montero. Con veinte quería ser el Ché y leía mucho a Benedetti, a Neruda y a Jean-Paul Sartre. Luego, unos años más tarde, me encontré con Antoine Doinel y me sorprendió la belleza y la exquisitez con la que estaba ya todo explicado.
Luego, unos años más acá, quedo con Doinel en las barras de los bares de Tribunal los viernes por la noche, me acompaña en la sombra de un Dogbreath e invertimos largas horas discutiendo despiertos hasta el amanecer, hablando siempre de mujeres y de gestos, de escotes, de aquella tarde en blanco y negro, del ruido del traqueteo de los trenes, de si nos gustan más las faldas largas, cortas, plisadas, a cuadros, de los tacones o las bailarinas, y así todo el mundo es la mujer, y toda la mujer es mundo. Doinel me roba los cigarrillos y me lleva haciendo eses por la habitación hasta que nos quedamos en silencio y me pregunta, en fin, cuándo le voy a llevar a ver el mar.
Otras veces, Doinel me sale al paso por las calles antiguas del barrio y entonces es un niño insoportablemente triste que se rompe la garganta a carcajadas y recuerda toda la amargura grisácea de los años encerrado tras los muros de cemento de un colegio cualquiera. París/Madrid, Balzac/Kafka, el descubrimiento de la literatura como un disparo en la sien y el frío de los niños pobres que imaginábamos una pornografía naïf al caer el otoño. Alguien tenía que hablar de todo aquello. En mi generación los gilipollas hacían cola para comprarse el cd de Ricky Martin (cuando era hetero, claro) y después llegó la hecatombe latina con esas pseudoputas de ritmo entre tribal, epiléptico y borderline. Cómo no iba a hacerme amigo de Doinel, pasados los años, y cómo no iba a recordarle puntualmente siempre, hace un rato, mañana, el año que viene.
He leído por algún lugar que otros se reinventaron su infancia para hacerla más feliz y más publicable. Tienen suerte. Doinel, yo, y otros muchos no pudimos y tuvimos que cargar con nuestro madero lleno de clavos y salir a los caminos para pelear la mujer, el encuentro, y finalmente, el amor en fuga. Si el amor no está en fuga, ya lo sabía Truffaut, ni era amor ni merecía ser rodado apasionadamente. Tanta Nouvelle Vague y tanta gaita para que al final acabáramos viendo el puñetero final de Matrimonio conyugal y pensando que, joder, ahí estaba todo: lo bueno, lo malo, el final feliz y el final triste, el payaso descojonado a lágrima viva, el alegre cadáver.
Probablemente, ustedes saben de lo que hablo. Lo intuyen, como una tarántula cercana y cariñosa. De lo contrario, no creo que hubieran llegado a este blog, ni mucho menos, a este punto que cierra la entrada de hoy.
2 comentarios:
Puesto que ya firmé como Doinel un par de veces en tu blog de "creadores de imágenes" hará alrededor de un año, aprovecho esta ocasión para dejar de nuevo mi huella y decirte que sigo siendo fiel a tus textos. Por supuesto que puedo intuir de lo que hablas, aunque en mi caso Balzac sería Baudelaire y Paris una triste ciudad de provincias. También yo conocí a una chica que nunca escuchaba a Bob Dylan... ¡Sigue así!
Doinel, agradezco tus comentarios -recuerdo los del blog anterior- y me alegro muchísimo de verte por aquí. Baudelaire, así en confianza, siempre me moló más que Balzac, quedaba más maldito y lo podíamos pasear con mayor tranquilidad por las conversaciones cinéfilas.
Ahora ando trabajando en una versión expandida del primer texto sobre Doinel que escribí para "Creadores" que creo que me publicarán en una revista amiga. Lo colgaré por aquí también, o en su defecto, el link de turno. La verdad es que es un texto al que tengo mucho cariño.
¡Bendito Truffaut, cómo nos sacó la foto a todos!
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