9.5.06

Sobre Charles Bukowski


Ahora, cuando apenas quedan unos días sueltos para que a nuestras carteleras llegue la adaptación de "Factotum" (una de las novelas más interesantes y corrosivas del último siglo), me planteo el retornar a la figura de Bukowski.
Quiero decir, retornar a la figura de la mujer desnuda en una cama, niñas guapas haciendo cola en las paradas de la lujuria, sexos candentes, tragos, malos despertares y la literatura por encima de todo. William Borroughs disparó a la cabeza de su mujer buscando la literatura, Jack Kerouac se jodió el hígado manchándose de tinta, Dostoievsky intentando sonreír frente a un pelotón de fusilamiento que le regalaría los mejores textos de la literatura rusa. Lo decía el viejo Jean Paul Sartre, "la literatura, o lo es todo, o no es nada en absoluto". La Muerte, paseándose por la propia literatura de Bukowski (era un personaje principal en esa extraña marcianada llamada "Pulp", su última novela), la complicidad nihilista con el resplandor de las botellas de los bares de Los Ángeles.
Demos gracias a Dios porque Jean Luc Godard no llevó nunca al cine el guión de Barfly (el propio Bukowski se emborrachaba, indiferente, mientras el director francés pedanteaba sobre lo glorioso de los tituladores alfanuméricos o sobre los restos de Mayo del 68), y demos gracias a Dios porque en Anagrama editaron todos sus textos en prosa y, poco a poco, vuelven algunos poemarios a caernos entre las manos. Charles Bukowski, que no fue el mejor autor del siglo XX pero quizá sí uno de los más amados, de los más idolatrados. Hay algo sagrado en el autor norteamericano, algo de reflexión filosófica.
Los niños intelectuales de mi generación aprendimos a follar y a emborracharnos con Bukowski, porque Henry Miller ya había perdido la cabeza, Ginsberg era un homosexual cósmico que no nos hablaba de minifaldas, Kesey no superó la última prueba del ácido y a Tom Wolfe le ponía cara Tom Hanks en las pantallas. Siempre nos quedaba Bukowski, que era el autor que nos hubiera gustado ser, y el que nos recuerda la insoportable mediocridad que rodea nuestros puestos de trabajo e incluso nuestros pensamientos.
Quién hubiera tenido valor, después de todo, para enfrentarse al resto de la vida con resaca, Vivaldi en la minicadena y una mujer vencida en la nómina del deseo. Quién lo hubiera tenido. Quién hubiera sido el Bukowski que hubiera necesitado Europa, el tipo feo y desgraciado que, aunque no te guste, acabará con tres furcias en la habitación de un hotel, escribiendo sobre empapelados amarillos, conduciendo coches destartalados y conociendo las esquinas que la noche siempre nos niega. Quién hubiera podido convertir el miedo, la soledad y la decepción en literatura, tal y cómo el viejo borracho norteamericano lo hizo.
Hay que creer en algo, después de todo.

2 comentarios:

Olvido A. dijo...

Yo soy de esa generación de mujeres que se leyeron el "Mujeres" con quince años y, lejos de dejarse atrapar en el escándalo del pseudofeminismo, me enamoré del tal Chinaski. Desde entonces, no he dejado de equivocarme y he rodado de una Chinaski a otro.
Todos necesitamos creer en algo, es verdad. Después de todo, también nacimos "para robar rosas de las avenidas de la muerte".
Besos, pequeño

Su dijo...

El que más me gusta de sus libros es Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones; toda mi vida intentando agarrarme al cuento como forma de vida...