13.9.05

El silencio (Tystnaden, 1963)


Gunnel, el salvajismo

El silencio, 1963 - Bergman, Ingmar

Nos hemos doctorado en parecernos a los cadáveres que esperan, en los cementerios, con las cuencas bien abiertas. Sabemos que la existencia, per se, significa una curiosa mota de polvo en el gran libro de la nada, y sin embargo, nos hemos aferrado a las hipotecas, a los trabajos mediocres, a los pensamientos mediocres, a los textos mediocres. (este primer párrafo también es mediocre, sin embargo, le ruego que siga leyendo, lo bueno empieza ahora)
Si acaso, si de refilón, pudiéramos entender ligeramente el concepto que implica la humanidad misma, si pudiéramos mandar a la mierda a los políticos (a todos), y coger un tren que no parara en ninguna estación, como la aterradora mujer con alcuza de un poema de Vicente Aleixandre (creo recordar que decía: "Pero el horrible tren ha ido parando en tantas estaciones diferentes, que ella no sabe con exáctitud ni cómo se llamaban ni los sitios ni las épocas").
Dios se está descojonando de risa en los aleros de su Reino.
Sólo hay un problema: que no existe ni Dios ni Reino, quizá ni la risa misma. Y la soledad (tu soledad, mi soledad) es una soledad sin vuelta de hoja, una soledad de niño enfermo bajo la lluvia que tiene costras en las rodillas del alma. Una soledad de poeta tísico y ahogado en telarañas, con el folio de la muerte inminente a medio escribir. El problema no es tener un vacío aquí, justo en las quemaduras del pulmón derecho, sino que el vacío sean las calles, los presbíteros, las bragas, los bancos, los calendarios. Hay un vacío cuya dimensión coincide perfectamente con la realidad misma, aunque intentemos disimularlo con artes confusas de nigromantes posmodernos.
Y ahora sé perfectamente que te estoy taladrando la cabeza, precisamente porque es mi función como intelectual/inútil o como inútil/intelectual. Los intelectuales siempre hemos formado muy bien el cuadro de las guardarropías del XIX, y de los pobres de café literario que observan con ojos pordioseros a Los Grandes. Valle-Inclán, ese fabuloso escritor, sabía reírse a carcajadas de la vida, y así le pasó, que la vida se lo pagó con el olvido y la miseria. En España tenemos un cine tan miserable y repugnante que todavía no ha pensado en hacer la película de Valle-Inclán, cuando podría ser la gran película del XXI, la gran película de esa España nuestra que a veces parece un chiste de mal gusto y a veces una guardarropía de nacionalismos asesinos. Quiero autodeterminar mi alma y mi vida, pero no me dejan los hijos de puta que ponen bombas, ya sean de nuestra realidad o de la realidad islámica. ¿Dónde está la gran película del terrorismo? Lo que yo decía: tenemos un cine mediocre.
El tren sigue corriendo, con sus pasajeros. Hay una mujer hermosa (creo recordar que era Ingrid Thulin, aunque hubiera podido ser perfectamente Gunnel Lindblom) que vomita, enferma y lista para enfrentarse con la muerte, a los pocos minutos de inicio del metraje. Más tarde se masturbará, en una de las escenas más hermosas/enfermas de la filmografía de Bergman, y nosotros, quizá, desearemos ser su mano temblorosa y febril, desearemos ser la muerte misma para poder violarla sobre esa cuna de dorados y demenciales resplandores de Timoka, aquel pueblo imposible.
Timoka es un poco como España pero con tanques por las calles. Nosotros no tenemos tanques, pero tenemos tanques/Latin Kings, que son como el asesinato de andar por casa, como el miedo de siempre pero con otro nombre, como la paliza cotidiana pero con otros puños. Lo malo de los tanques/Latin king es que no saben que no han inventado nada (nadie se ha tomado la molesta de explicárselo, lo que no deja de ser normal si no quieres que te machaquen la cabeza). Timoka, la Timoka de Bergman, es un poco como la España que se nos viene encima, con hombres/marioneta que fornifollan en los teatros de la mediocridad (estarán dando el musical de turno), con mujeres/marioneta que fornifollan cuerpos deformes para sentirse menos solas, para poder casarse, para poder tener un sepulcro digno de sus victimismos.
No sé si entendí la película. Tampoco creo que la película me entendiera a mí.

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