La portada del disco
Cánticos de la lejana tierra, 1996 - C Clarke, Arthur
El nombre de Arthur C Clarke pasará a la posteridad unido al de Stanley Kubrick, al igual que el de Phillip K Dick lo hará unido al nombre de Riddley Scott. Intentar defender, de entrada, que la ciencia ficción debe muchos de sus grandes logros (y sus miserias) al arte del cinematógrafo, es como intentar defender que la realidad del XX debe mucho de su construcción al arte de la fotografía. Es decir, una verdad a medias, incompleta, injusta. Pero desde "2001: una odisea en el espacio" hubo una fractura en el seno mismo del cinematógrafo (con mayor o menor efectividad) que no hubiera podido tener lugar sin Clarke, un punto y aparte en la historia que supuso, salvando las distancias, lo mismo que Dreyer al cine existencial o que Robert Wiene al cine de terror.
La Historia del arte, de manera casi imperceptible, se basa en esas brechas salvajes e incomprendidas que, quizá sin funcionar, han puesto en marcha el mecanismo de avance. Sin el tandem de rivales Kubrick (2001)/Tarkovski(Solaris), nunca hubiéramos podido llegar a las grandes epopeyas del espacio, por mucha mitología y por muchos argumentos fundacionales que se hubieran puesto sobre el tapete. Ya no es una cuestión de fondo: es una cuestión de forma.
"Cánticos de la lejana tierra" no es, probablemente, la mejor novela de Clarke. Mi amigo y experto en la materia Juan Carlos Sierra podría citar, indudablemente, al menos media docena de novelas del mismo autor más eficaces, o al menos, más relevantes. Probablemente esta narración aparentemente simple y pizpireta nunca nos hubiera llegado si Mike Olfield no hubiera decido hace ya algunos años realizar una impresionante suite de escucha obligada. "Cánticos de la lejana tierra", decía, no es la mejor novela de ciencia ficción de la historia, pero es mi favorita.
Más allá de su estilo (un tanto zafio e irrelevante) y de su metafísica baratera, "Cánticos..." tiene el logro fundamental de haber construído una película con el uso de la palabra, un universo netamente cinematográfico, inspirado diréctamente por las grandes sagas de los viajes épicos (volvemos a "La Iliada", una vez más), pero con un tratamiento visual y sonoro que nos hace dudar en ocasiones de si nuestro acto es, en el fondo, leer un libro, o ver una película. Curioso mérito el de Clarke, que denuncia en su prólogo a las grandes sagas lucasianas o trekkianas (con las que nunca firmaré un contrato de admiración), y sin embargo, se zambulle en la imágen misma.
Hay libros imposibles de llevar a la pantalla, aunque algunos lo hayan intentado. Es impensable, por ejemplo, la adaptación de "Cien años de soledad", o de "Mortal y rosa". Es impensable un Gregorio Samsa fílmico, o un "Crimen y castigo" que realmente funcione sobre el lienzo blanco de la sala. Esta novela, por el contrario, hubiera podido ser la gran película de ciencia ficción de finales del XX si alguien se hubiera atrevido con ella. El presupuesto por un lado, y la exquisita factura que requiere el texto por otro, le hubieran echado para atrás. Al ver lo que el cine mal llamado digital ha conseguido con el "Episodio III" sería un buen momento para plantearse una adaptación seria. Sería, de entrada, una de las pocas maneras de que el cine vuelva a hablar de ciencia ficción con coherencia, esto es, quitarle a los extraterrestres sus espadas laser, evitar la expresión "torpedos de fotón", y volver al efecto especial en el guión y no en el ordenador. La versión americana de "Solaris" fue un excelente primer paso, pero una vez más, hemos vuelto a prender fuego a la barraca de feria, en vez de llenarla de estrellas.
No creo en los complejos del cinematógrafo. Las buenas películas, con frecuencia, trascienden a su género mismo, lo convierten en una etiqueta absurda desprovista de sentido. "El acorazado Potemkin", por ejemplo, arrasó más allá de sus propias ideas comunistas. Lo mismo ocurre con "El nacimiento de una nación" o el primer "Nosferatu". El género es una casualidad absurda frente a la textura de la historia, la innovación, el experimento. Pero para experimentar, por supuesto, es necesario saber a dónde te conduce el experimento: si a efímeras piruetas posmodernas o a la mejora de las técnicas y estructuras cinematográficas.
"Cánticos..." tiene, de entrada, la ventaja de poner sobre el tapete las suficientes subtramas como para convertirse en un producto narrativo vendible y comercial. Tiene una (bastante insufrible) historia de amor para las tontilocas que se enamoraron de Orlando Bloom en "Troya". Tiene un trasfondo cultural y épico lo bastante interesante como para no insultar al espectador y, por otra parte, un ritmo absolutamente cinematográfico. Y sin que esto garantice, de entrada, una buena película, tiene todas las papeletas para jugar con lo visual hasta extremos insospechados.
Por otra parte (y esta es la conclusión última), una película sobre "Cánticos..." tampoco tendría demasiado sentido. Clarke ha sido lo suficientemente bueno como para que el lector, página tras página, ya haya visto en la sala de proyección del alma su propia cinta. Lo que no es poco.
1 comentario:
Stauff, ¿en serio crees que es imposible una versión de "La metamorfosis" en celuloide? ..mi opinion es que autores tan grandes que son dificiles de llevar a una pantalla, sin quedarse en el medio entre el respeto a su obra y la visión del director.
"El proceso" de Welles me gustó bastante, ya que se mueve en ese término medio que comentaba antes, y ahora estoy a punto de ver la versión de "El castillo" que dirigió Michael Haneke.
Saludos
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