Young Adam
Young Adam, 2003 - David Mackenzie
Hay un viejo dicho en el mundo de lo escénico (y por extensión, de lo cinematográfico) que viene a decir que los buenos actores pueden salvar los malos guiones. Imagino que este "Young Adam" es un claro exponente de estos derroteros.
El espectador debería saber, de antemano, que la película está basada en una novela del beatnick Alexander Trocchi, uno de los editores del genial Jean-Paul Sartre o de Samuel Beckett, entre otros. El espectador también debería saber que la novela fue concebida única y exclusivamente para que Trocchi se pagara la heroína que tanto necesitó durante su estancia en Nueva York. No deja de ser curioso que todavía siga circulando una versión absolutamente pornográfica del mismo texto que el propio autor remendó para publicarla en una colección caprichosa y pizpireta, ya saben, de las que se leen con una sola mano.
Trocchi, por suerte o por desgracia, nunca llegó a la altura de Kerouac, por no hablar de los existencialistas franceses. En lugar de eso, se quedó en un yonki con ínfulas de genio del que nos quedan pocos libros frente a una excelente labor editorial. Y "Young Adam", en su versión cinematográfica, es precisamente un producto deshilvanado, incompleto, absolutamente cojitranco que se debate entre una deliciosa fotografía y un ritmo tedioso. No me malinterpreten: no es una mala película, pero le falta esa magia que dota al buen cine independiente. Le falta atrapar al espectador por completo, guiarle por la espiral descendente del protagonista, hacerle reaccionar frente a la pantalla. Ese es quizás su gran fallo: un tratamiento aséptico de una historia brillante, una planificación extraña y ajena.
Es una lástima que una película como esta posea tantísimos puntos brillantes, tantísimos latidos y tantísima sangre... para luego arrastrarse por el suelo como una tortuga llena de dudas. El director intenta jugar a Haneke en la que probablemente sea la escena más brillante de la cinta (el extraño juego sadista-gastronómico), pero no le sale bien el truco de la magia y al final de la proyección no nos encontramos la salvaje desesperación de "La pianista" o la mirada desolada de "Funny games". Aquí sólo hay preciosos pasajes, hombres que caminan sobre barcas y sexo, mucho mucho sexo... un sexo cinematográfico demasiado obvio como para poder compararlo con las escenas más aridentes de un Oshima o de un Medem. Es un sexo de andar por casa, casi obvio, con un fondo musical delirantemente minimalista (¿Dónde está el David Byrne de "El último emperador"?), un sexo callejero que no funciona porque no emociona, no llega ni al corazón ni al vientre, ni siquiera a las tripas como el ya mentado Gaspar Noé.
"Young Adam" se defiende en lo que tiene de diferente y en un siempre soberbio Ewan McGregor que demuestra que todavía hay verdaderos actores con talento, con carisma y con el brillo arrebatador de la gloria tras las pupilas. Por lo demás, la cinta acabará deslizándose en el río del olvido y se apagará sin remisión posible.
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