7.6.14

Un autor llamado John Cassavetes

Husbands
 
  El funambulista medio sabe que en los esquinazos del tiempo se requieren asientos cómodos. Balconadas apartadas del epicentro en el que los cuerpos se despedazan. Es necesario exigir -hablemos de cine- la reivindicación del primer plano, cuando el primer plano significa una descarga y una confesión. El cine de Cassavetes era el punto de encuentro entre el rostro y el azar. Un sector no colonizado del corazón que respondía como un regalo hacia la humildad del espectador que se dejaba atrapar por lo que no era sino un abrazo disfrazado de huracán.

    Cassavetes era un autor. Quizá el más humilde de los autores. Quizá el más sencillo de los independientes, un pequeño ebanista que encapsulaba el tiempo perdido en un espacio encontrado: una habitación de hotel de madrugada, el comedor de un salón, la casa de una prostituta, la avenida residencial pavimentada de momentos rotos. Qué difícil es rodar sin condescendencia ni soberbia alguna, y qué capacidad tenía Cassavetes para pasar de puntillas por encima de tópicos y llegar a lo esencial, llegar a la libertad del montaje en el que el cine puede, simplemente, susurrar.

    Siempre he respetado la construcción de las miradas. Los grandes directores, en el fondo, no hacen sino generar un dispositivo intelectual en el que el ojo ciego de la cámara ordena, como buenamente puede, la verdad con la que miran los distintos personajes. De ahí la necesidad del primer plano y de ahí también que el cine inventara una manera de mirar sagrada (Dreyer, Bergman), a la que sólo un director podía hacer descender hacia lo más cotidiano. ¿Cómo miramos al cuerpo que ya hemos mirado millones de veces? ¿Y cómo miramos por última vez, por primera vez, cómo exigimos piedad con la mirada o nos quedamos atorados ante la imposibilidad de mirar al deseo de frente, con fuerza, como hay que mirarlo?

     Los que me conocen saben que incluso una misantropía crónica como la mía necesita a veces simplemente de una torsión del horror que venga por la vía del arte. Y ahí está Cassavetes, formulando con total precisión la escritura de la piedad cinematográfica sin una simple pátina de demagogia o de sirope melodramático. Hay que tener mucho valor y mucho amor hacia el otro para ser capaz de rodar una cinta tan majestuosamente humana como Una mujer bajo la influencia, todo ese acercamiento al amor, la locura, el fracaso y el encuentro. De hecho, más que en las grandes gestas cinematográficas deudoras del Napoleón de Gance, creo que la auténtica conquista de lo humano-cinematográfico se encuentra en Cassavetes, en su capacidad para rodar sin tapujos la amistad, la risa, el sexo, lo que se escapa a la brutalidad desmesurada de lo pulsional, pero a su vez, lo que emerge más acá, en nuestro corazón, lo que podemos arrebatar al malestar de la cultura. Y ahí, en ese territorio de cuerpos, palabras, tiempos muertos en los que el cine simplemente se maravilla ante el acto de servir una cerveza, cantar una canción o esperar a una mujer es donde muy pocos se han atrevido a conjurar sus imágenes.

     Un autor humano -que no sagrado- no es únicamente el que crea un universo. Es el que lo sostiene y sostiene su forma incluso contra su propio impulso de muerte. Un autor humano, creo, deshoja  una teodicea de fotogramas y la convierte en una mirada. Por ejemplo, en Husbands.

John Cassavetes

Husbands

Husbands

Husbands

Husbands

Husbands

Husbands

    La mirada del padre que regresa del filo mismo de la muerte y de la angustia se convierte en mirada cinematográfica gracias a ese zoom que se confunde, mediante el montaje, en un falso subjetivo. Estamos emergiendo con él -y hay aquí, sin duda, una idea muy bergmaniana- en una lógica, como decía, relacionada con la mirada: Ese hombre que llega de la nada mira a su hija como si la viera por primera vez. La descubre. Descubre su dolor, sus lágrimas, su tremenda soledad y a su vez su impresionante humildad, su aplastamiento contra el mundo. Es un prodigio de selección de ópticas, pero ante todo, es un triunfo humano. Y sólo cuando se produce esa mirada, padre e hija se encuentra en el encuadre, seccionando al espectador y arrastrándole así a su propio territorio emocional.

Husbands

Husbands

Husbands

Husbands

    La magia de ese decir, de ese seccionar el latido es lo que convierte el cine de Cassavetes en un reducto de paz. La magia de mantener la defensa de nuestra pequeñez sin caer en la tentación de justificar ni por un segundo el pánico que encierra la mirada. La mirada lúcida.

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