8.5.14

Escombros #02: Tron (GODARD-Le Mepris) Legacy

00. Ahora que ya hemos perdido la furia hacia Tron Legacy y su ramillete grisáceo de promesas incumplidas, cuando su recuerdo se ahoga por detrás de las posibilidades generacionales y andamos construyendo otros fantasmas sobre otras pantallas es, precisamente, cuando yo quiero escribir a favor de ella. Porque su metraje, en este parpadeo, ya no importa gran cosa. Y para ello buscaré una colisión con una cinta que, al decir general, sí que importa gran cosa: Le Mépris de Godard.

01. Jugamos a construir dioses. 

Disney

 Godard
   
    La construcción de un dios funciona como un pliegue en el que se despliega una cierta angustia en la imagen. En la película de Godard los hombres hablan sobre los dioses o sobre cómo rodar a los dioses o de cómo se construyen dioses en el margen de una serpiente de celuloide. No me interesa. Quizá antes. Ahora me interesa el dios tridimensional, virtual, diosDisney al que el sueño alfanumérico de lo digital le ha permitido hacer todo. El dios del relato clásico se ha tatuado Insert Coin y se descojona porque la modernidad no ha conseguido matarlo.

02. Una vez fracasada la imagen de dios queda siempre presente la posibilidad de la belleza impresionada en la retina. La mujer. 

Godard

La mujer.

Disney

La mujer en Tron Legacy es muchísimo más hermosa por varios motivos. En primer lugar, porque sabe lo que dice. O mejor aún, pronuncia palabras que no tienen la voluntad de sentido alguno. A nadie le cabe la menor duda de que en Le Mépris, la Bardot no tiene ni la más mínima idea de lo que está pronunciando. Godard despreciaba las palabras de Moravia que puso en su boca (¿acaso hay algo, más allá de sus propias imágenes y de su onanismo cinéfilo, que Godard no desprecie?), y así la actriz escupía trozos de un drama artificial justificado únicamente por la mostración de la tramoya cinematográfica.

La mujer en Tron Legacy es muchísimo más hermosa porque asume voluntariamente un rasgo fantasmático en tanto ente virtual que se desliza por esa puesta en escena de decorados de render-rococó. Es artificial porque lleva escrita en su piel la configuración de heroína 3D que tanto amamos y que reclamamos como nuestra: Lara Croft, chicas del Final Fantasy, Cybercolegialas Hentai, pechos siliconados por mallas diseñadas en arrebatos de pasión y perversión. Belleza metálica, gélida, fotografiada en gama baja. Sexo del Siglo XXI, sexo sin lágrimas ante la indescriptible muerte de la pareja.

03. La nada frente a la escritura del cine.

Godard

El cine como escritura de la nada.

Disney

Nada hay que decir en Tron Legacy porque la historia no significa nada, el guión es tan efímero, está tan hueco en su interior que lo único que queda es la imagen. Y ahí el cine se reivindica a sí mismo, arrasándolo todo, un cine de la imagen purísima e indescifrable que es a la vez espectáculo y muestra de posible eternidad, un paraíso del futuro de todas las imágenes. Godard llora el pasado y, cuando no sabe qué hacer con una historia en la que no cree, cita compulsivamente películas en las que había creído intuir un significado. Tron Legacy, por el contrario, comprende a los cinco minutos de metraje que lo suyo es un despropósito y alza el vuelo en una sinfonía de vectores y luces de neón que asciende con ansia dionisíaca para arrasar al espectador que sepa mirar. No hay nada salvo un salvapantallas suicida y hermosísimo en el que reverbera la intuición del futuro. 

04. La expresión dionisíaca que Godard no podía soportar.

 

El gesto wagneriano que quedará cuando todo Tron Legacy se haya olvidado.




   Si Delerue es lo mejor de Le Mépris, qué duda cabe que Daft Punk son lo mejor de Tron Legacy. Entre ambos textos musicales hay un cierto apasionamiento que desborda lo puramente visual, o mejor aún, que nos hace estremecer mucho más allá del contenido del frame. Godard, en el habitual gesto brechtiano de la modernidad, corta y manipula el sonido para impedir que funcione, para bloquear su posible emocionalidad -ya lo hemos dicho: Godard no creía ni en sus personajes ni en su propia película. Sin embargo, las cuerdas y los vientos de Tron Legacy emergen, sostienen el torrente fantástico de lo virtual y nos hablan precisamente de la épica de la pérdida. La película que no pudo ser es precisamente la película imaginada por Daft Punk y la única que se puede contemplar si uno se olvida de la tramoya narrativa y se arroja contra la puesta en escena. Hay que hacer el visionado arrebatado y surrealista de Tron Legacy para entender lo hermosas que son autónomamente sus imágenes, sin necesitar de nadie, sin construir subjetividad ni sujeto alguno más allá de su despliegue. 

    Y entonces, en el cortocircuito de la épica, en el puro placer dionisíaco de dejarse arrastrar por lo que ahí está propuesto, la orgía de estímulos, se despliega y renace el cine. Ese mismo cine que Godard dijo que había muerto. Ese mismo cine que él había intentado matar sin conseguirlo.

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