Siempre he pensado que la sala de cine funciona como un espejo.
Suelo ir sin compañía al cine, es una manía como cualquier otra, me gusta guardar silencio en la cola mareando un libro, escuchar de refilón las conversaciones ajenas pensando que yo podría decir las cosas con mejores palabras, palabras más precisas, me siento irremediablemente triste y deseo siempre a una tardoadolescente morena que me sigue a todas las colas de todos los cines, aunque cambiando su rostro. En el fondo el placer, hay que reconocerlo, es estar en silencio, sin nadie, en la cola del cine. Ahora pienso que quizá por eso me hice crítico o analista, porque me cansé de que nadie me preguntara qué me había parecido esa película a la que no me había acompañado, y por lo tanto, decidí contárselo a todo el mundo.
A veces me encuentro en la pantalla -The Congress/LaGranBelleza- y entonces, de nuevo, descubro que la sala de cine funciona como un espejo.
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Envejezco. Es un hecho. Cada cierto tiempo intento engañar a mi cuerpo corriendo durante más tiempo, dejando de fumar, pero mi estómago está cada vez peor, mis pulmones están cada vez peor. Una o dos veces al año sufro tremendos ataques de ansiedad y me encierro en una habitación a oscuras a reflexionar sobre un Dios que murió crucificado.
Envejezco, y al envejecer soy más consciente de la presencia de mi cuerpo y de la diferencia con los cuerpos que se proyectan sobre la pantalla. Pongamos por caso los cuatro cuerpos -que son los cuatro ángeles que sustentan la bóveda de mi Santa Sofía fantasmal- de las cuatro muchachas que protagonizan Springbreakers. Si pudiera reunirme con esos cuatro cuerpos reales alrededor de una mesa, no podría aportarles nada, decirles nada que les interesara remotamente. Leo poemas de niñas norteamericanas que no han cumplido los veinte y ya dan por sentado que lo único que compone una existencia es la angustia y el sexo, y me pregunto, ¿cómo demonios lo han sabido tan pronto? ¿qué clase de demonio lúcido les ha inspirado semejante repugnancia ante la vida, ante el mundo?
Lo que yo tardé casi una década en aprender -de hecho, lo que yo creí descubrir con un aullido de satisfacción en algunas películas, en algunos libros- se ha disuelto en el aire y se ha depositado sobre una de las clenchas que esnifa Miley Cyrus.
Envejezco, pero creo que he conseguido al menos dos cosas de las que puedo sentirme un poco orgulloso: he apartado de mi topografía los sueños autodestructivos de fama y gloria académica para centrarme minuciosa y humildemente en mi pequeña investigación holocáustica, y he sido capaz, al menos en los días buenos, de sentarme y disfrutar de la existencia de algunas cosas demoledoramente bellas sin verme en la necesidad de analizarlas: la filmografía de Lubitsch, el All blues de Miles Davis, jugar al Twilight Struggle, incluso acudir a veces acompañado a un cine que hay justo al lado del mar y en el que siempre dan películas muy malas. Firmar un pacto con la vida, por lo menos, hasta que tengamos que responder a la única pregunta importante.
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Si Dios existe.
Así empiezan muchas de las cosas que pienso mientras corro intentando engañar a mi cuerpo y haciéndole creer que no está envejeciendo, que no está muriendo urgentemente. Si Dios existe entonces debe ser un conversador apasionante, y todo ese horror que atravesaba a Unamuno a propósito del tiempo en relación con la eternidad apenas importa gran cosa. Una conversación con Dios podría no acabarse nunca, podría ser como esas conversaciones de las películas de Bergman que uno desea que no terminen jamás, esa clarificación fabulosa en la que Dios, simplemente, termine diciendo:
Un filósofo amigo mío me pidió: "No inviertas más de diez minutos en pensar sobre la existencia de Dios", pero en realidad, ahora pienso si la formulación no era precisamente la inversa. Me pregunto si se habrá rodado alguna película en los últimos años que hable tanto de todo lo que me interesa -Dios, el arte, la mujer-, y lo encapsule con tanta precisión en un puñado de fotogramas. ¿Qué podría decir a las cuatro protagonistas de Springbreakers? Probablemente nada, porque esa sensibilidad que soñé, esa epifanía del descubrimiento de la belleza demoledora que hay en el gesto, pongamos por caso, de las dos figuras que rezan en el Ángelus de Millet ya ha sido borrada para siempre de la Historia.
No sé que llegará ahora, qué viene después, hacia dónde está planeando el ángel de Benjamin. Sólo pienso que Si Dios Existe, entonces debe ser algo muy parecido al movimiento de una bobina de celuloide que proyecte La Gran Belleza o The Congress, y desde luego, no un programa de 13TV ni de Intereconomía.
1 comentario:
No hay nada como leer Elseptimo sello en los dias grises, especialmente después de haber acudido sola a una de esas salas de cine deshabitadas donde proyectan The congress...
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