3.11.12

Compliance de Craig Zobel: Notas en el corazón de una (feliz) polémica

"El iconoclasta sólo odia tanto a las imágenes porque, en el fondo, les atribuye un poder mucho mayor que el que le concede el iconófilo más convencido"
(Didi-Huberman)

Craig Zobel
01.
   Twitter es, por naturaleza, efímero. Sin embargo, cuando un tema de discusión se alarga durante casi semana y media, es porque algo importante se está jugando en sus márgenes. En concreto, la cinta Compliance ha sido la excusa con la que la chavalada cinefila y los cómplices/sospechosos habituales hemos ido tirando de distintos hilos que conectan, con bastante precisión, con algunas de mis inquietudes cinematográficas habituales. Como sintetizar en 140 caractéres ciertas ideas me sigue costando, voy a tomarme cierto espacio y cierto tiempo para polemizar.

02.
Iconoclastas/Iconófilos.
    La lucha siempre tiene que ver con lo sagrado de la imágen, esto es, con lo que Dios está dispuesto a mostrarnos/no mostrarnos. La batalla tiene infinitas ramificaciones. Mis favoritas son Lanzmann vs. Godard, Wajcman/Panoux vs. Didi-Huberman, Wittgenstein vs. Ranciere.
    Mi bando -justo es repetirlo, aunque ustedes ya lo saben- es el de los iconófilos. Creo en la Representación sobre todas las cosas y en que la imágen no debe ser sometida al anclaje/huella de lo real, sino a universo autónomo constructor de múltiples sentidos (casi) inagotables. Y, como buen talibán de lo mío, creo en la representación explícita y violenta ejercida siempre hacia el espectador. Sublimar, sugerir, impostar o manifestar la presencia de la violencia o el sexo es hacer un truco de magia iconoclasta -intentar protegerno de aquello que no debe ser mostrado, que dirían los censores del MRI- frente a nuestra mirada que es, necesariamente, caníbal.
     Por ejemplo, aquí:
Compliance Compliance

     Cuando la protagonista de Compliance comienza a desnudarse, Zobel utiliza una panorámica de izquierda a derecha que hace coincidir unas cajas apiladas con el lugar del sexo. Antes de llegar, quizá en un rubor de montaje, corta el plano hacia dos insertos fuera de foco, generando la total insatisfacción del espectador. El placer de mirar -a eso se va, después de todo, a una sala de cine- es amputado en nombre de un pudor que enturbia todavía más la superficie textual. Pudor, sin duda, falso.
    ¿Por qué falso?

03.
    Compliance funciona como un brutal ajuste de cuentas sádico. O, si se prefiere, como un extraño rito religioso de morbosas resonancias. Pero no tiene una catársis demoledora -una Idea Sobre/Contra La Vida como la tenían A serbian Film o Irreversible-, sino un final abierto en torno a la banalidad del mal. "El ser humano es estúpido, y por lo tanto, manipulable", parece decir Zobel. La ecuación es incorrecta, ya que los iconófilos más o menos apocalípticos bien podríamos responder: "El ser humano es malo, y por lo tanto, goza ejerciendo el mal".
    Esa es la clave del dispositivo de toda la cinta: castigar a una víctima y gozar haciéndolo.
    Y, desde luego, no cualquier víctima. Fíjense, por ejemplo, cómo presenta Zobel a su particular mártir:
Compliance
Compliance
 Compliance
 Compliance
 Compliance
 Compliance

    La cajera es, sin duda, la mujer que goza. Con tres tipos a la vez y con el componente extra de intercambiar picantonas y seductoras fotos erotiquillas. La cajera es el centro del goce juvenil, en oposición a sus dos compañeras, más mayores y físicamente menos agraciadas, que quedan perfectamente dibujadas en la fórmula:
Compliance
      Con lo que, voilá, la construcción de Compliance se acaba de convertir en una variación del Slasher tradicional. Ella, la hermosísima choni rubia de grandes pechos se somete al martirio de una sociedad principalmente patriarcal dominada por un poder en la sombra -el inquietante pervertido cuyos únicos rasgos fílmicos, para colmo, son ser padre y usar su voz para trabajar. El dispositivo, ya digo, se trastabilla y se acaba convirtiendo en la espera de una única pregunta: ¿cuándo la van a violar?

     Porque desde el minuto cinco de película, si se dan cuenta, no se habla de otra cosa que de sexo. O del sexo injertado en la Ley. O de comida. El sexo circula en boca de todos con ligeras variables (el spanking, el jumping jack...), como anticipando eso que hasta el más cándido de los espectadores sabe que tiene que ocurrir. Inmersión del código de la comedia romántica (todo el mundo habla de amor para acabar follando), en código de pánico (todo el mundo habla de sexo para acabar destruyéndose). Y, por supuesto, cuando llega el momento álgido -el momento que todo el mundo desea en su fuero interno, pues de lo contrario ya hubieran abandonado la sala con un mohín de decepción, insisto en que Compliance no habla de otra cosa sino de una cajera torturada hasta la violación-, Zobel pincha y ofrece una de las metáforas más estúpidas y burdas del cine contemporáneo.
Felación
 Pajita

    Por supuesto, a Zobel le gusta mucho tapar aquello que debería ser visto con cajas apiladas. Pero, además, en el chispazo metafórico felación/pajita de bebida se desploma en el ridículo más espantoso. El iconoclasta se puede sentir remotamente aliviado, ya que en lugar del plano deseado -la boca de la cajera enroscada en un rictus de asco sobre el falo de su verdugo-, recibe un plano suplementario que se  puede leer en términos político/ideológicos -la sociedad de consumo, el fastfood como Significante/América- que le permite pensar que no ha visto lo que no deseaba ver. Esto es, que lo sagrado sigue manteniéndose oculto, convertido en arcano.

     El iconófilo se sentirá engañado porque sabe que un falo es un falo y que el Significante-Falo es infinitamente más potente que una pajita de CocaCola. Su deseo, después de ser conjurado una y otra vez por la película, se acaba convirtiendo en una frustración de lo no visto.

04.
    Mostrar o no mostrar. Creo que las escuelas son irreconciliables y que jamás podremos ponernos de acuerdo. Después de todo, lo que está en juego es lo Sagrado que habita en la imágen y su desvelamiento. Mientras unos hablan de ser sutiles y de utilizar complicadas resonancias metafóricas, otros apostamos por el valor de la texturalidad y la brutalidad de lo mismo. La mía es únicamente una perspectiva más en la que quizá mi educación católica haya dejado un cierto poso al respecto.
 
   Ahora bien, el mérito de la película no está tanto en sí misma, como en su capacidad para funcionar como un estupendo terreno de combate para que ambas partes del conflicto veamos la manera en la que nuestras herramientas teóricas funcionan con/en el texto. Herramientas de pensamiento textual -esto es, de pensamiento total. Y ahí, ojo, la cinta vale su peso en oro.

2 comentarios:

Óscar dijo...

Hola a la polémica.

Lo inquietante de Compliance -y de otras tantas películas USA recientes- consiste en la ausencia de una forma definida de enfocar el relato. A mí lo que me interesa es que el pudor de ese travelling hacia la izquierda que tapa el desnudo de la chica contraste con la agresividad moral de los diálogos. Me inquieta mucho cómo los personajes -incluyo también a la muchacha- parecen esforzarse en creer en una autoridad que les obliga a llevar a cabo una serie de cosas que pretenden asumir como razonables mientras, en ese mismo plano de la realidad, percibimos cómo el discurso del “Oficial Daniels” tiene cada vez más fisuras que bajo ningún concepto aceptaríamos como verosímiles. El efecto es muy parecido al del torture porn con su barroquismo gore: hay un punto en el que la película, a fuerza de violentar lo verosímil, anestesia el acento moral y consigue que continuemos el visionado. Que opte por una solución como la de la pajita parece más una broma macabra, un extraño pudor que, no sé conscientemente, todavía redobla la violencia latente en cada diálogo. Y, en ese sentido, no es sutil. O es tan sutil como el modelo Haneke. O como el modelo Jackass.

Un abrazo,
Óscar

Marco dijo...

Es curioso que esa misma disyuntiva la planteara en otros términos y en otro ámbito, Heidegger en su denuncia de la metafísica de la presencia platónica, y en especial, la filosofía de la representación moderna, cuando el Ser se presenta ante un sujeto (representar como volver a presentar), acude a su llamada, se subordina a él.
La mirada de los monarcas construye Las Meninas, según el portentoso análisis con el que Foucault ilustra la epistemología del XVII. La subjetividad es trascendental.
Heidegger sería iconófobo, rastrea la huella, el rumor, el túnel rojo cuando ha quedado vacío. Para él, el Ser es sagrado, y no debe mancillarse exponiéndolo a las miradas lúbricas de la audiencia. Como Dios para el Islam.
Pero a despecho del de Friburgo, el cine es el arte de la imagen, la imagen es lo que sacraliza al Ser (aquí se ve al católico).
Renunciar a la representación es algo que funcionó durante un tiempo, cuando el cine se movía dentro de los límites de un código muy convencional (clasicismo), pero, a diferencia de la pintura, que caminó hacia la abstracción, el cine avanza hacia lo concreto, hacia un compromiso mayor con la representación del Ser, quizá empujado por la técnica, quizá porque mostrar se halla en su naturaleza, quizá porque verlo todo, esté en la nuestra. La palabra puede ser ambigua, la imagen nunca.
El recurso a metonimias pudorosas, es un tanto pueril y anacrónico. Burlar la mirada del espectador, como hace Tarantino a veces, con vistas a frustrar el goce perverso, es algo que, por su eficacia, revela el sentido de la imagen.
Pero, en fin, hay mucha tela que cortar en este asunto.

Un abrazo Aarón.

PD. Por cierto, no conozco a la mayoría de los tipos que engrosan las filas de sendos bandos, pero tomo nota.