18.7.12

El europeo sentimental

We can go for a walk where it's quiet and dry/And talk about precious things/But the rain that flattens my hair .../Oh, these are the things that kill me
(The smiths, The queen is dead)


   La idea de Europa me otorgó una idea básica: que no eramos únicamente España. Podíamos participar de otra cosa, una unidad cultural que explicaba nuestras crisis y nuestros fantasmas. De hecho, el fantasma que recorría Europa también podía pasar por España, tomarse unas bravas y una Mahou al sol de las terracitas del pequeño barrio, podía manifestarse a los críos onanistas del colegio de carmelitas que, quizá si estudiaban duro y se enfrentaban con la vida a brazo partido, llegarían a ser un híbrido entre Antoine Doinel y Jean Paul Sartre. La idea de ser simplemente español me aterrorizaba, me llenaba de pánico. La Unión Europea hablaba de otras cosas: de un sistema universitario unificado y construído sobre la excelencia, de un espacio de libre mercado y libre circulación donde uno podría sentirse como en casa en un bistró de París o en la calle Tunnelgatan de Estocolmo. Casi dándole la replica a la primera frase de El Padrino, con los dieciocho yo entré en la universidad diciendo: "Creo en Europa. Europa me ha dado mi fortuna (intelectual) y me he dado a mí mismo una educación europea".

    Mi amor por Europa era tan grande que mi tesis doctoral terminaba diciendo: "Y, por cierto, como bien nos enseñan los relatos míticos, para fecundar la esperanza se necesitan dos elementos: un héroe capaz de retornar (con la luz) de su forja heroica y una mujer dispuesta a mirar el dolor (la cruz) cara a cara. Así, de Gösta Berling a Alexander, y así también, de Penélope a Alma". Eso era para mí el sueño existencial y político: el héroe, la cruz, la saga nórdica, la tragedia griega. Eso era Europa: Tarkovski y Angelopoulos tomándome de la mano, discutiendo de Dios y de los inmigrantes, el continente que había generado el Holocausto pero que había sido también valiente para recordarlo y encararse con su trauma. Europa podía sobrevivir más allá del liberalismo porque éramos más que el Capital, éramos la duda postmoderna, la canción de cuna polaca, la literatura rusa, la resurrección sobre las cenizas de Auschwitz, Berlín y Stalingrado, Aliosha Karamázov y Jacques Brel, ¿cómo podíamos sentir miedo? Nosotros podíamos escribir el futuro. No es sólo que fuera radicalmente eurocéntrico: es que si hubiera existido un hipotético "nacionalismo europeo" yo lo hubiera adorado con todas mis fuerzas.

    Pero, como diría Dylan, Things have changed.

    La presente crisis económica ha derrumbado muchas cosas: la fe de la ciudadanía en sus representantes, la cara amable de las democracias neoliberales, las promesas de la socialdemocracia triunfal. En cambio, ha sembrado la desconfianza ideológica y bursátil, el comienzo de brutales desigualdades sociales, la sensación global de derrota y caos que se respira en las calles. Aunque todavía son muy pocas las voces que se atreven a decirlo en voz alta, en las calles ya se está hablando de totalitarismo. El currito de barrio, auténtico Hakim postmoderno, le dice a su compadre con los dientes apretados: "Esto va a acabar en una dictadura". Y ahí el teórico carraspea, porque definitivamente no entiende que tantos años de estudios culturales, multiculturalidad, dinero invertido en tolerancia, feminismo, ayudas a la cooperación y grandes planes de educación puedan fracasar verdaderamente. El teórico apenas entiende que, en primer lugar, el avance práctico de esas grandes propuestas de ingeniería social ha sido mínimo -Amanecer Dorado afirma que los inmigrantes les quitan el trabajo-, porque la chavalada estaba más comprometida con el Grand Theft Auto que con sus geniales y solidarias ideas para mejorar el mundo. En segundo lugar, nos guste más o menos, las buenas intenciones duran lo que dura una nómina.

     Pero de todas las cosas que estamos perdiendo en los últimos meses -la capacidad adquisitiva, la serenidad democrática-, la más dramática es, quizá, la idea de Europa. Incluso -lo decía hace poco por aquí- un teórico tan radical como Zizek terminaba sus argumentaciones post11S pidiendo más Europa. Por el contrario, ahora ya sabemos que Europa es una cosa que se llama Eurozona y Hombres-De-Negro, esto es, una factura que le tenemos que pagar a la casta política que ha arruinado nuestro país. Ver lo que Alemania está haciendo en Grecia -la deuda como proctología, la humillación como una de las Bellas Artes-, escuchar a los expertos afirmando que nuestra desesperada situación social es una consecuencia "de las demandas de Europa", ver cómo al final Europa era definitivamente el Capital, nos hace retrotraernos hacia el nacionalismo cañí, que huele a sacristía, a armario rancio, a cenetismo, a la Vírgen de Monserrat, a caserío y a otras cosas que me reservo. Me encantaría ser como Sánchez Dragó y afirmar sin despeinarme que soy ciudadano del mundo y que en mis numerosos viajes a JapónChinaNepalCoreaMarruecos he descubierto la iluminación de lo global, las ventajas del modelo económico/disciplinario Chino o cualquier otra barbaridad. Pero ni tengo pasta para viajar ni creo que enseñar a Mao en mis clases sea una gran idea.

    Europa ha sido, después de todo, la tipa horrible con la que nos hemos despertado después de una noche de fiesta. Y ahora, lo que es peor, nos quiere llevar a comer con toda su familia, presentarnos a sus padres, hablarnos de sus problemas y de su infancia triste y desolada. Los que apoyamos el proyecto europeísta nos hemos visto de la noche a la mañana con una educación demolida hasta los cimientos basada en crípticos y desquiciados baremos Universidad/Empresa, con una economía en coma y con un estado social al borde del colapso. La gran mentira ha resultado ser el momento en el que Rick Blaine pedía a la banda que tocaran La marsellesa, Allons enfants de la Patrie/Le jour de gloire est arrivé! , siempre tendremos Bankia, Au revoir les enfants!

   Los miembros de la banda, Rick, vienen a pasarte la factura. Usted siempre ha sido un sentimental, pero, ¿sabe lo que ocurre? Quizá los alemanes, en vez de perder la guerra, simplemente la pospusieron.

No hay comentarios: