23.3.12
HOTEL KID: Los cuadros de Linda Walker
Aquella noche, muchacho, estuve hasta bien tarde discutiendo a ratos intermitentes con una rubia oxigenada y con mi botella de Four Roses. Perdí ambas batallas. Se rumoreaba que al Hotel iba a llegar una compañía de pin ups adolescentes con novios en la marina, y la rubia decidió castigarme por la infidelidad a priori. "Aarón, esto no son más que celos preventivos", dijo alegremente mientras me arrojaba a la cabeza las obras completas de Salinger. Sobreviví. Salinger también, por si quieren saberlo.
El caso es que aquella noche no llegaron las pin ups, pero alguien en la habitación de al lado tuvo la brutal ocurrencia de poner un tema de 30 seconds to mars a todo trapo. Primero pensé que la rubia se había convertido en una walkiria oxigenada que me quería hacer la guerra gótica a toda costa. Atravesé henchido de heroicidad y pose decadente el umbral y me topé, cara a cara, con una tardoadelescente morena que pintaba un inmenso lienzo que parecía la resaca pictórica del bebé de Eraserhead. Y -ustedes ya lo saben-, siempre he preferido a las morenas o a las pelirrojas, y Linda Walker tenía la ética, la estética y el ademán de la poetisa confusa que a veces se piensa emo y otras veces se piensa dios en minúscula.
En el Hotel nadie recordaba cómo ni cuándo había llegado. Simplemente apareció allí, tan silenciosa y tan inteligente que hasta ganaba al ajedrez a los ratones domesticados que pululaban por la cocina. Lo juro, lo vi con mis propios ojos. A veces coincidíamos en las sesiones de madrugada del Rialto, y después nos quedábamos despiertos, hablando de cine y tomando café aguado en la cafetería 24 horas junto a las putas con mala racha y los polis irlandeses divorciados. Una noche me preguntó a bocajarro:
- Aarón, ¿tu crees que el cine está muerto?
- Tan muerto como la primera zorra que intentó sobornar a Lucky Luciano, amor.
- ¿Y por qué seguimos metidos en esto?
Yo no tuve respuesta. Se quedó en silencio y su mirada se tornó extraña y exiliada, como un cuadro de Hooper pintado con analgésicos. Sé que seguiría buscando respuestas, tenía ese mohín desgarrador de las mujeres insatisfechas y a veces pienso que sus cuadros eran pequeños pasaportes y pequeñas declaraciones de intenciones oscuras -esto es, verdaderas- que lanzaba a las cloacas de L.A. en espera de que soplara otro viento. El del norte, el del este, yo que sé. Linda Walker era una Dorothy de los lienzos oscuros sin casa a la que regresar, y por el camino, se rumoreaba que había enamorado a Tim Burton y que el propio director de cine la había perseguido de rodillas hasta un apartamento pobre no muy lejos de Echo Park. Lo comprendo. Una mujer que pintaba de esa manera -recorriendo y recortando el mundo, inventándose una trinchera que a veces parecía de caligarismo puro y otras un western alucinado por un demente- sólo podía adentrarse cada atardecer en una parcela deshabitada con vistas a la autodestrucción.
Al contrario que la(s) rubia(s) oxigenada(s) con las que practicaba el tiro al blanco, Linda Walker no llegó a Los Ángeles para ser actriz de cine. Lo suyo era el arte, la dirección de arte, la invención del universo. No sé si lo habrá logrado. A veces me manda largas cartas desde los rincones más extraños del planeta -la última, por lo visto, desde una pensión histórica ocupada por fantasmas de la guerra de secesión en nosequé pueblo impronunciable de la costa este- y siempre me pregunta por la muerte del cine. Las salas de cine abandonadas, deshabitadas, llenas de los besos, los polvos en los palcos, las manchas de chocolate y las carcajadas de otros tiempos. La Walker comprendió mejor que nadie que el cine era una tabla oui-ja, una teleplastia desde la que Marilyn vomita psicoanálisis y joyceanismos mientras la sangre derramada de América corre por sus piernas. Su última carta terminaba diciendo:
"...todavía piensas que has ganado la guerra porque has publicado algunos libros, Aarón, pero la guerra la llevamos los dos dentro y ni siquiera el último libro de Losilla va a cambiar eso. Nuestra guerra es una guerra necrófila, una guerra contra la puta pantalla. Mírales: ellos seguirán vivos cuando nosotros ya estemos criando malvas. Y eso no se lo perdono. Después de todo, It's the moment of truth and the moment to lie
The moment to live and the moment to die
The moment to fight, the moment to fight
To fight, to fight, to fight"
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