12.9.11

Investigando la Shoah


   Una de las decisiones más complejas -pero quizá también más agradecidas- de mi carrera académica fue posicionarme claramente en dos líneas de investigación. Los que nos dedicamos a la investigación raramente reflexionamos en voz alta sobre estos temas. Si me preguntan, les diré que es una mezcla de miedo, pudor, humildad e incluso -¿por qué no decirlo?- algo de arcano, de secreto mágico. Siempre he pensado que, al menos en el territorio de las Humanidades, los mecanismos por los que nos posicionamos en el panorama académico son extraños, íntimos, responden a estrategias inconscientes, inconfesables.

   Con lo que, lo decía antes, yo escogí dos líneas bien diferenciadas: la reflexión sobre el malestar en la postmodernidad, y en paralelo, el estudio de las representaciones audiovisuales de la Shoah. Como he escrito en varias ocasiones, ambas líneas están íntimamente conectadas: después de Auschwitz es imposible concebir un mundo que no sea el nuestro. Un mundo escindido entre los textos y lo real, entre lo humano (racional) y lo inhumano (natural), entre el asombro y la vergüenza. Estudiar Auschwitz es estudiar la vergüenza que uno lleva dentro.

    Suena a cilicio, pero no me gustaría que se considerara de esa manera. Auschwitz es el final del camino del pensamiento, pero también es -yo lo he encontrado- el nombre más excéntrico y doloroso que ha adquirido la esperanza en el siglo XX. Es la confirmación de que en el cenagal definitivo de lo humano algo resiste, algo se resiste, algo emerge que no tiene el rostro deformado del hombre. Emerge el pequeño gesto, el pequeño contacto, la pequeña -en ocasiones irrisoria, desesperada- verdad ética de un hombre hacia otro, de una mujer hacia otra, y entonces todo cambia. En Auschwitz no veo el nihilismo, sino la prueba apasionante y definitiva de unos pocos hombres. No retorno a la alambrada para clavarme allí y contemplar con gesto de tristeza un mundo en llamas. Retorno para pensar que hay hombre pese al mundo en llamas.

    Imágenes pese a todo. Hombres pese a todo. Poesía pese a todo. Cine pese a todo.

    Mi investigación sobre los campos es extraña. Cambia. No es simplemente ampliar conocimientos en la dirección de un pensamiento inicial -lo que ocurre, seamos sinceros, en casi todos los procesos de investigación, que se concretan en ¡Estaba claro! ¡Yo tenía razón!-, sino negarme a mi mismo cosas escritas, pensadas y formuladas hace dos o tres años. No me avergüenza reconocerlo. Algunas de las líneas básicas de mi investigación -lo inefable del exterminio, la especificidad única de Auschwitz en la Historia- se me han ido deshilvanando de manera irremediable. Hace seis meses, tuve que salir asfixiado de unas jornadas sobre el tema precisamente porque veía que todos los ponentes, uno tras otro, repetían los mismos lugares comunes. Nos hemos acostumbrado a repetir los mismos errores. Auschwitz no es inefable. Auschwitz no es específico. Auschwitz no es irrepetible. Pero, si somos sinceros, asumir esta nueva perspectiva hace que la realidad del exterminio no varíe en absoluto. Todo lo contrario. Nos obliga a hablar, puesto que se puede (y se debe) hablar de ello.

    Palabras pese a todo.

    Hoy me han ofrecido un proyecto de trabajo sobre el exterminio que me permitirá seguir pensando, seguir buscando, seguir equivocándome. Al contrario que ciertas vacas sagradas, no soy tan estúpido como para pensar que ya he encontrado las palabras, la metodología, el espacio privilegiado para pensar a seis millones de cadáveres. Todo lo contrario. El suelo de esta mansión encantada es de arenas movedizas.
   
   Les informaré. Les invitaré a que me acompañen en este viaje. Queda mucho trabajo por hacer, se lo aseguro.
   

No hay comentarios: