Algo pasó, Oliverio. Algo, después de todo. Decía José Hierro: "Después de todo, todo ha sido nada". Y algo pasó, Oliverio, aunque no sé muy bien el qué, ni cómo, ni siquiera cómo no nos dimos cuenta a tiempo. Quizá fue aquello de decir: "Claro que te quiero" con la mirada ausente pensando en los tickets de la Fnac. O quizá fue aquello de terminar la licenciatura, fiesta de graduación y empezar los estudios de tercer ciclo. O quizá sentarse delante de los amigos y comentar distraídamente: "La postmodernidad... todo esto es culpa de la postmodernidad".
Oliverio, algo pasó que ahora la poesía que escribo está llena de palabras como "mierda" y "polvo", algo pasó que mi poesía ya no es poesía, ni mando poemarios a concursos, sino que escribo para mí mismo y encima, mal. Algo pasó que me volví un cínico, de la noche a la mañana, con este resentimiento que funciona como coraza de ida y vuelta, algo pasó que dejé de creer en Benedetti para racionalizar mis lecturas e interesarme de pronto por la semiótica y el psicoanálisis, el estructuralismo. Algo pasó que llevo años sin colgar fotos en el corcho del cuarto, que dejé de estudiar Periodismo porque me dí cuenta de que mis textos no iban a cambiar el mundo. Los textos de uno, después de todo, sólo sirven para darse cuénta de cómo se ha ido aposentando en su propio cadáver, que es un hobby que practicamos todos.
Ahora, Oliverio, me puedo imaginar a algunos de mis lectores habituales (Lacasiopeaa, por ejemplo, I love you darling y sé que no me vas a perdonar este post) llevándose las manos a la cabeza y pensando: "¿Qué cable se le ha soltado a Aarón? ¿Cómo puede utilizar una película tan buena como "El lado oscuro del corazón" para justificar un post tan descaradamente perroflautil y demagógico?". Y llevan razón, Oliverio, pero déjame confesarte que últimamente me está venciendo el pánico y los sólidos cimientos de mi razón cínica, distanciada (una razón a lo actor-Brecht), se convierten en cenizas y en una nostalgia sorda de aquella locura que barría las avenidas de mi utopía. Algo pasó, Oliverio, que yo quería cambiar el mundo y el mundo me cambió a mí de una ostia en la cara, dejándome apenas el cine y el teatro para poder cobijarme. ¿Qué hacer, Oliverio, qué hacer con las greñas de León de Aranoa, qué hacer con la guitarra desafinada de Manu Chao, qué hacer con la voz insufrible de Paco Ibáñez? ¿Qué se hace con esos náufragos? ¿Cómo se vuelve otra vez a la locura cuando ya se sabe que no quedan útiles que salvar en este barco? ¿Quién nos devuelve la fé en el hombre que nos robaron los políticos de todos los partidos? ¿Quién nos permite una tregua, quién nos devuelve al Sabina de los ochenta, quién nos garantiza que no nos estamos convierto en Ramoncín?
Me come el vértigo, Oliverio, me come el vértigo. Algo pasó que una mañana, después de una noche de intranquilo sueño, era yo mismo.
2 comentarios:
¿Quién puede firmar esta carta?
Bienvenido sea tu blog y tu claro cinismo, que es por sí señal de romanticismo.
(Si quieres pasarte, existía:
www.matices.blogspot.com)
joder, que buen post
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