16.10.04
Asignatura pendiente (1978)
Cartel de Iván Zulueta
Comprendo perfectamente a aquellos que critican el cine de Garci. Reconozco que no pude terminar de ver "Historia de un beso" y que algún otro título suyo se me ha puesto cuesta arriba. Pero los mismos que critican a Garci no pueden negar la emocionante historia de "Volver a empezar", el magistral humor de "Las verdes praderas"... Garci es un director tierno, a veces incluso rozando la ñoñería o el recuerdo de tienda de postales, pero del mismo modo, hay un Garci humano que aparece en sus películas y que nos hace confiar en ese extraño que, una vez por semana, se cuela en nuestro salón con su eterno (y bendito) cigarrillo para hablar de cine.
He elegido "Asignatura pendiente" porque me parece una de las reflexiones más brillantes (y visionarias) de las relaciones sentimentales en el postfranquismo español. Un (como siempre) inmejorable José Sacristán sabe dar vida a un verdadero personaje, de los eternos, de los que son tan terroríficamente humanos como el que esto escribe. Un personaje que pierde los mecheros de su amor por los bares, que llora, que grita, que se siente atrapado en la telaraña de un país que no comprende y que no llegará jamás a comprender... igual que todos nosotros.
Puedo defender "Asignatura pendiente" en lo que tiene de auténtico, de brillante, en contra de lecturas malintencionadas de corte político. Déjense de historias: En "Asignatura pendiente" se utiliza una transición para contar una historia de amor universal. Hubiera funcionado igual en la Roma Imperial, en el Chicago de los 30 o en el universo futuro de Bradbury. Intentar hacer una visión política de la obra es quedarse con una cara del poliedro, y no la más importante. Esta cinta está muy por encima de cualquier reflexión política, por encima de su creador y de sus espectadores, y quizá por ello mismo, está condenada a permanecer en el recuerdo de todos los que hemos caído en su interior.
No pierdan el tiempo en llenar su cabeza de tópicos: vean la cinta, lloren la cinta, sientan cada minuto de la historia y salgan por la puerta de atrás, en silencio, con el alma envuelta en una caricia de olvido. Porque, queridos amigos, todos estamos reflejados en esa tela blanca sobre la que el director ha dibujado nuestra silueta. No hacen falta formalismos estúpidos ni pedanterías cinematográficas de bar chillout. Tan sólo el valor suficiente para reflejarse en el espejo más amargo del cine español de los setenta.
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